− ¿Qué?−
retrocedí sin darme cuenta− No, no, no… No puede ser, ¿vale?−la voz me salía
entrecortada por culpa del nudo en la garganta que me cortaba la respiración−
No me mientas, ¡esto no tiene puta gracia Denis!−intentaba mirarle a los ojos,
pero Denis permanecía con la cabeza gacha, no decía nada− ¿Denis…−conseguí
decir con un hilo de voz. Una parte de mí me decía corre, sal de ahí ahora
mismo, es uno de ellos; pero verlo ahí, destrozado, débil… no parecía ser una
amenaza, además, ¡me había acogido! Me había tratado bien… ¿qué debía hacer?,
¿a dónde iría? Además, ¿cómo se había infectado? Yo no le había visto ni un
rasguño, no aparentaba estar mal, no parecía un… ¿Por qué me estaba diciendo
esto? ¿Quería que me fuese?, ¿que lo dejase allí? A lo mejor era peligroso; a lo
mejor de un momento a otro se abalanzaba sobre mí y todo esto terminaba. Pero
Denis seguía ahí, sentado en la cama con la bandeja del desayuno sobre las
piernas, abatido, sin decir una palabra. Empecé a caminar despacio y salí de la
habitación, necesitaba pensar. Me senté en uno de los sofás del salón y de
repente me acordé. Corrí a mi habitación y busqué en el bolsillo de mi
pantalón; recompuse las piezas del móvil y me dispuse a llamar a mi hermano. Con
toda esta situación se me había olvidado lo más importante.
−
¡¿Nadia?! ¿Dónde estás?−la voz de Gabi sonaba preocupada desde el otro lado.
−
¡Gabi! Gabi joder… No sabes cómo me alegro de oír tu voz…− las lágrimas
empezaron a recorrer mis mejillas suavemente. Escuchar a mi hermano me
tranquilizaba, era el único enlace con la vida real que tenía. Su voz
me transportaba a la normalidad.
−Tranquila,
dime dónde estás y voy a buscarte ¿estás bien?, ¿cómo te encuentras?
−Estoy
bien, Gabi, estoy bien. Ayer me desperté en el centro comercial, conmocionada,
sin saber muy bien dónde estaba…
− ¿Cómo?,
¿estuviste allí todos estos días?−me cortó.
−Sí,
sí… al parecer he pasado tres días encerrada en un ascensor…pero ahora estoy
bien, estoy… estoy con alguien…creo que me puede ayudar…
− ¿En
serio? Menos mal, Nadia, menos mal, pensaba que estarías sola… no quería
imaginarme… bueno, entonces tenéis que venir aquí, a Toralla.
−
¿Toralla? ¿Qué haces ahí?
−Logré
contactar con Adri, después de comprobar que nuestra casa era impracticable. Él
y los demás estaban en Toralla, en su casa, la isla ha conseguido resistir
bloqueando el puente, de momento no hay ningún peligro. Además, algunas de las
casas tienen placas solares para autoabastecerse y pequeños generadores,
también hay algún huerto y se puede pescar, no es un mal refugio, tienes que
venir cuanto antes, aquí estaremos seguros… ¿Tú dónde estás? Dijiste que ayer
saliste del centro comercial, ¿no?
−Sí,
estoy en Gran Vía, en un piso. No te preocupes, intentaré llegar hasta ahí como
sea… tengo… tengo ayuda, tú no te preocupes. ¿Me esperarás ahí?
−
¡Puedo ir a buscarte, puedo…
− ¡Gabi,
Gabi! Escúchame, estoy bien, tengo ayuda, ¿vale? No tardaré, hoy a la noche ya
estaré ahí, te lo prometo…Hoy cenaremos juntos… no te preocupes, de verdad; tú
estás seguro ahora, quédate ahí y espérame. Por favor…
−Si te
pasa algo no me lo perdonaré Nadia… no puedo…
−No va
a pasarme nada, soy como un ninja, ¿recuerdas? como cuando me colaba en tu
habitación a buscar en tus cajones…−los dos reímos con amargura− Nos vemos a la
noche Gabi.
−Okei
pequeña, ten cuidado… te quie…−la voz de Gabi se cortó de repente. Miré el
móvil enfadada: sin batería. Perfecto, lo que me faltaba. Tal vez Denis tuviese
un cargador para intentar tener algo de batería para el viaje. Denis… ¿Qué iba
a hacer? Tenía que hablar con él… Necesitaba saber qué estaba pasando, que me
explicase la situación: cuales son los riesgos, por qué todavía no era un zo… una criatura de esas y qué tenía
pensado hacer. Estaba claro que el viaje con él sería mucho más sencillo, tendríamos
más probabilidades de sobrevivir y de llegar al refugio, pero… ¡pero estaba
infectado! ¿Cómo podía saber que no se convertiría de un momento a otro?, ¿que
no me atacaría? Tenía demasiadas preguntas sin respuesta y ni siquiera sabía si
Denis podría despejarlas. De todas formas, saqué fuerzas de flaqueza y fui a su
habitación, por lo menos tenía que decirle lo que iba a hacer. Se lo debía. Ya
decidiríamos con calma los pormenores.
Lo
llamé antes de entrar, pero no contestó, probablemente seguiría
en la misma posición donde lo había dejado. Pero al entrar en la habitación, no
se encontraba allí. «¡Denis!» volví a llamar. Nadie contestó. Corrí al salón,
comprobé la cocina, entré en el baño, moví las cortinas de la bañera, volví a su
habitación… Nada. Había desaparecido. ¿Por qué, Denis…? Durante unos instantes
me quedé allí, delante de su cama, petrificada, de pie inmóvil, sin saber qué
hacer. Unos destellos atravesaron mi mente: esa sonrisa triste, su pelo
rubio revuelto… Me dejé caer al suelo y permanecí durante un rato, acurrucada,
apoyada contra la cama, abstraída en mis pensamientos.
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