domingo, 19 de enero de 2014

6. UN MES ANTES

− ¿Dónde estás?−dijo Denis con voz preocupada−vale, tengo que resolver un asunto… que no, no me cuesta nada. ¿Te encuentras bien? Es tarde… ¡Sara, por favor! En un rato estoy ahí−Colgó el teléfono antes de que pudiese continuar replicando.
 Era más de media noche de un martes cualquiera, un horario habitual para alguien como él. Sin embargo, hacía meses que ya no se encontraba tan cómodo en la oscuridad nocturna. Cada vez que transitaba las calles a esas horas de la madrugada un escalofrío le recorría la nuca y sentía esa extraña sensación de que no estaba solo, esa pesadez en el ambiente, esa angustia que no te deja tragar, pensar, dormir.
Caminaba deprisa, sin apenas fijarse en el suelo que pisaba, su cabeza estaba en otro sitio. La calle Hispanidad se encontraba desierta; solo las luces de un coche le hicieron reaccionar al llegar a la rotonda. Continuó por la derecha, desde allí ya podía divisar el campo de futbol. Al llegar echó una ojeada alrededor y vislumbró una silueta en uno de los bancos blancos situados a los laterales. Un escalofrío volvió a recorrerle la espalda. La figura se acercó a él.
−Buenas tío ¿lo tienes?−dijo el chico abrazando a Denis. Estaba intranquilo, su cuerpo se movía en pequeñas contracciones.
−Toma−Denis le entregó la mercancía y él le dio un billete arrugado.
−Esto es una locura tío, creo que hace un mes que no pruebo otra mierda− añadió entre risas− vente de chilling, anda, no seas cabrón.
−Estoy liado, otro día Alex. Ten cuidado.
−Venga tío, te llamo.
Denis se quedó parado observándolo mientras se alejaba, con algo rondándole la cabeza, pero finalmente se fue del campo de futbol y subió hacia el Castro. Atravesó el parque, prefería caminar entre vegetación, la ciudad volvía a asfixiarlo. No solía aguantar mucho tiempo en un mismo lugar, sobre todo si estaba repleto de hormigón y asfalto, por eso viajaba siempre que podía. Pero ahora no podía.
 Después de un rato, llegó al número doce de la calle Camelias y timbró.
− ¿Quién es?− sonó una voz desde el telefonillo.
−Perdona por timbrar Ana, ¿puedes decirle a Sara que baje?
− ¿Sara? no está aquí Denis… hoy no la he...
−Mierda, joder…− dijo al salir corriendo sin dejar tiempo a que Ana contestase.
Recorrió la calle hasta llegar al ayuntamiento y desde allí bajó callejuelas adoquinadas lo más rápido que pudo; tenía un nudo en la garganta, tenía que correr, ojalá no la encontrase allí... Pasados quince minutos, estaba golpeando la puerta de aquel maldito antro. El olor a podredumbre ya se podía sentir desde fuera. No entendía como antes, hace tiempo, no era capaz de percibirlo. Le abrieron la puerta y entró de un empujón.
Aquella luz tenue teñía todo el local de un verde amarillento, que ahora mismo solo le podía recordar al vómito. La atmósfera de humo, polvo y suciedad tampoco ayudaba mucho a la visión. Las paredes oscuras, que en algún momento estuvieron forradas, se deshacían en jirones de papel. A la derecha se encontraba la barra, por llamarla de alguna manera, ya que en ella se mezclaban los vasos con cartones, con colillas, jeringuillas, botes… A la izquierda se encontraba el primer sofá, carcomido y con un muelle saliendo hacia afuera, pero a su huésped no parecía importarle. Mas sofás mugrientos se repartían por toda la sala y allí, al final, vio a Sara. Pero una voz lo detuvo antes de llegar junto a ella.
− Así que liado, ¿eh?, jodido mentiroso−dijo entre carcajadas Alex.
Denis hizo caso omiso y siguió hasta llegar al sofá donde se encontraba Sara.
− ¿Qué haces aquí nena? ¿Por qué...
− Miraa lo que tengoo− dijo con picardía mientras se sacaba una bolsita del bolsillo. Le costaba hablar, se le trababa la lengua y la cabeza se le caía hacia los lados. Tenía la mirada perdida.
− ¡No Sara!...joder…dijimos que esto se había acabado…− Una ansiedad horrible estaba empezando a apoderarse de él, tenía la boca seca y no le salían las palabras. O quizá no las quería pronunciar. Se tapó la cara con las manos.
− ¡No me defaste probarlo! Solo, solo quiería probar tu droj
− ¡¿Qué?! No… nena, mírame… ¡Mírame! –le abrió los ojos, el color blanco se había vuelto azulado; le revisó los brazos, el agujero de entrada de la aguja estaba negruzco− ¡Sara, no! ¿Qué has hecho?...−el mundo se le vino encima, no podía estar pasando. Se levantó con brusquedad y se dirigió hacia donde estaba Alex. Mientras se iba acercando ya preparó el puño y lo tiró de un golpe del sofá donde se encontraba. Alex no tuvo tiempo para reaccionar, pero ya desde el suelo contestó con una especie de gruñido desgarrado. Denis echó la mano a su pistola bajo la camiseta, pero Alex no se movió.
Cogió a Sara y se la llevó a casa. Su estado iba empeorando, así que la metió en cama y pasó la noche abrazado a ella. Tenía convulsiones y su respiración sonaba áspera.
Al día siguiente Sara se levantó como si no hubiese pasado nada, pero los días sucesivos la cosa empezó a agravarse; después de la gran dosis que se había metido, el mono que le sobrevino fue desmedido. No era como el de cualquier otra droga,  este mono te iba arrancando todo lo humano y te convertía en un ser hambriento. Denis tuvo que conseguir unas esposas para sujetarla en esos días: se volvía peligrosa, agresiva, era imposible razonar con ella; no dormía, apenas comía y Denis empezó a hacer lo mismo. Ella empeoraba y Denis no sabía qué hacer, la desesperación llenaba sus horas, sus minutos… No podía llevarla al médico, tampoco sabía si había un modo de parar aquello, o de calmarla, o de que volviese a ser Sara. Cuando estaba con el mono, ella solo quería comer… en los pequeños instantes en que volvía en sí, tenía miedo, lloraba durante horas, sentía algo crecer dentro de ella, algo imposible de parar y lo único que pedía era otra dosis; Denis la observaba con infinita tristeza, con impotencia.
 Con el paso de los días los brotes aumentaron de intensidad y duración; hasta que un día Sara no volvió a tener nada de humano. Ese fue el día en que  Denis le abrió la puerta y dejó que se marchase. Ese fue el día en el que cogió una bolsita de su mesilla y preparó una dosis.
−Voy contigo pequeña.
Respiró profundamente y dejó que ese fuego abrasase sus venas.


1 comentario: