miércoles, 29 de enero de 2014

7. CONTACTO CON LA REALIDAD

− ¿Qué?− retrocedí sin darme cuenta− No, no, no… No puede ser, ¿vale?−la voz me salía entrecortada por culpa del nudo en la garganta que me cortaba la respiración− No me mientas, ¡esto no tiene puta gracia Denis!−intentaba mirarle a los ojos, pero Denis permanecía con la cabeza gacha, no decía nada− ¿Denis…−conseguí decir con un hilo de voz. Una parte de mí me decía corre, sal de ahí ahora mismo, es uno de ellos; pero verlo ahí, destrozado, débil… no parecía ser una amenaza, además, ¡me había acogido! Me había tratado bien… ¿qué debía hacer?, ¿a dónde iría? Además, ¿cómo se había infectado? Yo no le había visto ni un rasguño, no aparentaba estar mal, no parecía un… ¿Por qué me estaba diciendo esto? ¿Quería que me fuese?, ¿que lo dejase allí? A lo mejor era peligroso; a lo mejor de un momento a otro se abalanzaba sobre mí y todo esto terminaba. Pero Denis seguía ahí, sentado en la cama con la bandeja del desayuno sobre las piernas, abatido, sin decir una palabra. Empecé a caminar despacio y salí de la habitación, necesitaba pensar. Me senté en uno de los sofás del salón y de repente me acordé. Corrí a mi habitación y busqué en el bolsillo de mi pantalón; recompuse las piezas del móvil y me dispuse a llamar a mi hermano. Con toda esta situación se me había olvidado lo más importante.
− ¡¿Nadia?! ¿Dónde estás?−la voz de Gabi sonaba preocupada desde el otro lado.
− ¡Gabi! Gabi joder… No sabes cómo me alegro de oír tu voz…− las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas suavemente. Escuchar a mi hermano me tranquilizaba, era el único enlace con la vida real que tenía. Su voz me transportaba a la normalidad.
−Tranquila, dime dónde estás y voy a buscarte ¿estás bien?, ¿cómo te encuentras?
−Estoy bien, Gabi, estoy bien. Ayer me desperté en el centro comercial, conmocionada, sin saber muy bien dónde estaba…
− ¿Cómo?, ¿estuviste allí todos estos días?−me cortó.
−Sí, sí… al parecer he pasado tres días encerrada en un ascensor…pero ahora estoy bien, estoy… estoy con alguien…creo que me puede ayudar…
− ¿En serio? Menos mal, Nadia, menos mal, pensaba que estarías sola… no quería imaginarme… bueno, entonces tenéis que venir aquí, a Toralla.
− ¿Toralla? ¿Qué haces ahí?
−Logré contactar con Adri, después de comprobar que nuestra casa era impracticable. Él y los demás estaban en Toralla, en su casa, la isla ha conseguido resistir bloqueando el puente, de momento no hay ningún peligro. Además, algunas de las casas tienen placas solares para autoabastecerse y pequeños generadores, también hay algún huerto y se puede pescar, no es un mal refugio, tienes que venir cuanto antes, aquí estaremos seguros… ¿Tú dónde estás? Dijiste que ayer saliste del centro comercial, ¿no?
−Sí, estoy en Gran Vía, en un piso. No te preocupes, intentaré llegar hasta ahí como sea… tengo… tengo ayuda, tú no te preocupes. ¿Me esperarás ahí?
− ¡Puedo ir a buscarte, puedo…
− ¡Gabi, Gabi! Escúchame, estoy bien, tengo ayuda, ¿vale? No tardaré, hoy a la noche ya estaré ahí, te lo prometo…Hoy cenaremos juntos… no te preocupes, de verdad; tú estás seguro ahora, quédate ahí y espérame. Por favor…
−Si te pasa algo no me lo perdonaré Nadia… no puedo…
−No va a pasarme nada, soy como un ninja, ¿recuerdas? como cuando me colaba en tu habitación a buscar en tus cajones…−los dos reímos con amargura− Nos vemos a la noche Gabi.
−Okei pequeña, ten cuidado… te quie…−la voz de Gabi se cortó de repente. Miré el móvil enfadada: sin batería. Perfecto, lo que me faltaba. Tal vez Denis tuviese un cargador para intentar tener algo de batería para el viaje. Denis… ¿Qué iba a hacer? Tenía que hablar con él… Necesitaba saber qué estaba pasando, que me explicase la situación: cuales son los riesgos, por qué todavía no era un zo… una criatura de esas y qué tenía pensado hacer. Estaba claro que el viaje con él sería mucho más sencillo, tendríamos más probabilidades de sobrevivir y de llegar al refugio, pero… ¡pero estaba infectado! ¿Cómo podía saber que no se convertiría de un momento a otro?, ¿que no me atacaría? Tenía demasiadas preguntas sin respuesta y ni siquiera sabía si Denis podría despejarlas. De todas formas, saqué fuerzas de flaqueza y fui a su habitación, por lo menos tenía que decirle lo que iba a hacer. Se lo debía. Ya decidiríamos con calma los pormenores.

Lo llamé antes de entrar, pero no contestó, probablemente seguiría en la misma posición donde lo había dejado. Pero al entrar en la habitación, no se encontraba allí. «¡Denis!» volví a llamar. Nadie contestó. Corrí al salón, comprobé la cocina, entré en el baño, moví las cortinas de la bañera, volví a su habitación… Nada. Había desaparecido. ¿Por qué, Denis…? Durante unos instantes me quedé allí, delante de su cama, petrificada, de pie inmóvil, sin saber qué hacer. Unos destellos atravesaron mi mente: esa sonrisa triste, su pelo rubio revuelto… Me dejé caer al suelo y permanecí durante un rato, acurrucada, apoyada contra la cama, abstraída en mis pensamientos.

domingo, 19 de enero de 2014

6. UN MES ANTES

− ¿Dónde estás?−dijo Denis con voz preocupada−vale, tengo que resolver un asunto… que no, no me cuesta nada. ¿Te encuentras bien? Es tarde… ¡Sara, por favor! En un rato estoy ahí−Colgó el teléfono antes de que pudiese continuar replicando.
 Era más de media noche de un martes cualquiera, un horario habitual para alguien como él. Sin embargo, hacía meses que ya no se encontraba tan cómodo en la oscuridad nocturna. Cada vez que transitaba las calles a esas horas de la madrugada un escalofrío le recorría la nuca y sentía esa extraña sensación de que no estaba solo, esa pesadez en el ambiente, esa angustia que no te deja tragar, pensar, dormir.
Caminaba deprisa, sin apenas fijarse en el suelo que pisaba, su cabeza estaba en otro sitio. La calle Hispanidad se encontraba desierta; solo las luces de un coche le hicieron reaccionar al llegar a la rotonda. Continuó por la derecha, desde allí ya podía divisar el campo de futbol. Al llegar echó una ojeada alrededor y vislumbró una silueta en uno de los bancos blancos situados a los laterales. Un escalofrío volvió a recorrerle la espalda. La figura se acercó a él.
−Buenas tío ¿lo tienes?−dijo el chico abrazando a Denis. Estaba intranquilo, su cuerpo se movía en pequeñas contracciones.
−Toma−Denis le entregó la mercancía y él le dio un billete arrugado.
−Esto es una locura tío, creo que hace un mes que no pruebo otra mierda− añadió entre risas− vente de chilling, anda, no seas cabrón.
−Estoy liado, otro día Alex. Ten cuidado.
−Venga tío, te llamo.
Denis se quedó parado observándolo mientras se alejaba, con algo rondándole la cabeza, pero finalmente se fue del campo de futbol y subió hacia el Castro. Atravesó el parque, prefería caminar entre vegetación, la ciudad volvía a asfixiarlo. No solía aguantar mucho tiempo en un mismo lugar, sobre todo si estaba repleto de hormigón y asfalto, por eso viajaba siempre que podía. Pero ahora no podía.
 Después de un rato, llegó al número doce de la calle Camelias y timbró.
− ¿Quién es?− sonó una voz desde el telefonillo.
−Perdona por timbrar Ana, ¿puedes decirle a Sara que baje?
− ¿Sara? no está aquí Denis… hoy no la he...
−Mierda, joder…− dijo al salir corriendo sin dejar tiempo a que Ana contestase.
Recorrió la calle hasta llegar al ayuntamiento y desde allí bajó callejuelas adoquinadas lo más rápido que pudo; tenía un nudo en la garganta, tenía que correr, ojalá no la encontrase allí... Pasados quince minutos, estaba golpeando la puerta de aquel maldito antro. El olor a podredumbre ya se podía sentir desde fuera. No entendía como antes, hace tiempo, no era capaz de percibirlo. Le abrieron la puerta y entró de un empujón.
Aquella luz tenue teñía todo el local de un verde amarillento, que ahora mismo solo le podía recordar al vómito. La atmósfera de humo, polvo y suciedad tampoco ayudaba mucho a la visión. Las paredes oscuras, que en algún momento estuvieron forradas, se deshacían en jirones de papel. A la derecha se encontraba la barra, por llamarla de alguna manera, ya que en ella se mezclaban los vasos con cartones, con colillas, jeringuillas, botes… A la izquierda se encontraba el primer sofá, carcomido y con un muelle saliendo hacia afuera, pero a su huésped no parecía importarle. Mas sofás mugrientos se repartían por toda la sala y allí, al final, vio a Sara. Pero una voz lo detuvo antes de llegar junto a ella.
− Así que liado, ¿eh?, jodido mentiroso−dijo entre carcajadas Alex.
Denis hizo caso omiso y siguió hasta llegar al sofá donde se encontraba Sara.
− ¿Qué haces aquí nena? ¿Por qué...
− Miraa lo que tengoo− dijo con picardía mientras se sacaba una bolsita del bolsillo. Le costaba hablar, se le trababa la lengua y la cabeza se le caía hacia los lados. Tenía la mirada perdida.
− ¡No Sara!...joder…dijimos que esto se había acabado…− Una ansiedad horrible estaba empezando a apoderarse de él, tenía la boca seca y no le salían las palabras. O quizá no las quería pronunciar. Se tapó la cara con las manos.
− ¡No me defaste probarlo! Solo, solo quiería probar tu droj
− ¡¿Qué?! No… nena, mírame… ¡Mírame! –le abrió los ojos, el color blanco se había vuelto azulado; le revisó los brazos, el agujero de entrada de la aguja estaba negruzco− ¡Sara, no! ¿Qué has hecho?...−el mundo se le vino encima, no podía estar pasando. Se levantó con brusquedad y se dirigió hacia donde estaba Alex. Mientras se iba acercando ya preparó el puño y lo tiró de un golpe del sofá donde se encontraba. Alex no tuvo tiempo para reaccionar, pero ya desde el suelo contestó con una especie de gruñido desgarrado. Denis echó la mano a su pistola bajo la camiseta, pero Alex no se movió.
Cogió a Sara y se la llevó a casa. Su estado iba empeorando, así que la metió en cama y pasó la noche abrazado a ella. Tenía convulsiones y su respiración sonaba áspera.
Al día siguiente Sara se levantó como si no hubiese pasado nada, pero los días sucesivos la cosa empezó a agravarse; después de la gran dosis que se había metido, el mono que le sobrevino fue desmedido. No era como el de cualquier otra droga,  este mono te iba arrancando todo lo humano y te convertía en un ser hambriento. Denis tuvo que conseguir unas esposas para sujetarla en esos días: se volvía peligrosa, agresiva, era imposible razonar con ella; no dormía, apenas comía y Denis empezó a hacer lo mismo. Ella empeoraba y Denis no sabía qué hacer, la desesperación llenaba sus horas, sus minutos… No podía llevarla al médico, tampoco sabía si había un modo de parar aquello, o de calmarla, o de que volviese a ser Sara. Cuando estaba con el mono, ella solo quería comer… en los pequeños instantes en que volvía en sí, tenía miedo, lloraba durante horas, sentía algo crecer dentro de ella, algo imposible de parar y lo único que pedía era otra dosis; Denis la observaba con infinita tristeza, con impotencia.
 Con el paso de los días los brotes aumentaron de intensidad y duración; hasta que un día Sara no volvió a tener nada de humano. Ese fue el día en que  Denis le abrió la puerta y dejó que se marchase. Ese fue el día en el que cogió una bolsita de su mesilla y preparó una dosis.
−Voy contigo pequeña.
Respiró profundamente y dejó que ese fuego abrasase sus venas.


jueves, 9 de enero de 2014

5. UN NUEVO DESPERTAR

Me desperté sobresaltada con el corazón latiendo de manera desenfrenada; estaba empapada en sudor y me costaba respirar. Había sido una pesadilla muy extraña, demasiado real, aunque bastante improbable; sin embargo había despertado en mí una desconfianza que no iba a ser capaz de sosegar hasta que no tuviese todos los cabos atados.
Exceptuando un delgado hilo de luz que entraba por los agujeros de la persiana, la habitación se encontraba en penumbra. Debían de ser las 6 o 7 de la mañana y Denis no estaba en la habitación, un escalofrío me recorrió el cuerpo, moví mis manos y las dos se encontraban en su sitio, libres. De todas formas, me levanté en silencio con mucho cuidado y entré en el baño para mojarme la cara y pensar con más claridad. Al salir al pasillo deduje donde podía estar durmiendo Denis, ya que había otra habitación con la puerta cerrada, así que me dirigí al salón. En busca de “algo”, empecé a abrir los cajones del mueble que estaba detrás de uno de los sofás. Álbumes de fotos de innumerables viajes, postales, libretas de bocetos, un par de libros de historia del arte, recibos bancarios, lápices, revistas… nada fuera de lo normal. Seguí revisando la estantería, repleta de libros, cómics, removí los cojines de los sofás, la mesa. Nada. De repente, recordé algo que me hizo revivir el sueño y que me estremeció. Así que volví a la habitación, tenía sentido que de haber una en toda la casa, estuviese allí. Abrí los cajones de la mesilla y los saqué para afuera por si tenían algún falso fondo, comprobé el armario, los bolsillos de las cazadoras… quizá estuviese volviéndome un poco paranoica. Detuve mi búsqueda, intentando tranquilizarme, y fui a la cocina a preparar un desayuno para los dos, un buen desayuno continental con huevos, jamón y un zumo de naranja. Abrí la nevera, que se encontraba llena de alimentos esenciales: leche, verduras, fiambre, alguna fruta e incluso algún filete de carne. Cogí un par de huevos, el jamón y abrí el cajón de la fruta para coger un par de naranjas. El tiempo se detuvo por un instante. Allí estaba, la había encontrado, en el lugar menos esperado. El sudor frío volvió a aparecer, la pesadilla volvía a hacerse realidad. Cogí la pistola despacio y la inspeccioné, no sabía si estaba cargada, pero ahora volvía a dudar de todo; tenía que hacer algo, debía entrar en su habitación y descubrir qué estaba pasando. Preparé el desayuno lo más rápido que pude, lo puse en una bandeja, me guardé la pistola por dentro del pantalón y me encaminé a la habitación donde dormía Denis.
Abrí con cuidado la puerta, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho por la tensión del momento, y me daba la sensación de que hasta Denis podía escuchar mis latidos. Él dormía profundamente, así que entré sin hacer ruido y apoyé la bandeja sobre una cómoda. Abrí un poco la persiana.
−Buenos días Denis− dije suavemente− he preparado el desayuno, no sé si tienes hambre, pero yo sí−añadí con una sonrisa. Denis se desperezó y me observó desde la cama.
−La verdad es que te lo agradezco, no sé cómo he podido quedarme dormido hasta tan tarde, será porque hacía mucho tiempo que no dormía… gracias −añadió con un tono tristemente sincero.
En ese momento me invadió una oleada de culpabilidad, ¿qué estaba haciendo? Él me había acogido en su casa sin conocerme, había sido una gran ayuda. Acerqué la bandeja a la cama y me senté a su lado. Pasamos unos minutos interminables en silencio, solo se escuchaba el tintineo de los cubiertos al comer el huevo con jamón; en alguna ocasión lo miré de reojo avergonzada, pero él enseguida me miraba con una sonrisa tímida.
−Nadia, supongo que te debo una explicación−dijo con voz calmada pero triste− te he acogido aquí y tú no me conoces; tú me has contado tu historia, lo que te ha pasado…
−Denis, yo…−le corté. La pistola se me estaba clavando como una estaca, tenía la sensación de que su silueta se veía perfectamente bajo mi camiseta, apuntándome como una traidora.
−No, en serio, no es justo, entiendo que es difícil confiar, pero…
−Yo solo necesito saber…−intenté decir, pero me cortó.
−Lo sé y te lo contaré todo, sólo necesito tiempo y que confíes en mí para que…
−¡Lo siento! ¡Vale!−dije sacándome la pistola y apoyándola en la cama. Respiraba entrecortadamente y las lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas. Denis me observó un instante; se acercó a mí y me abrazó con fuerza− Yo sólo quería, necesitaba saber que podía confiar en ti, necesitaba estar segura, no puedo arriesgarme…
−Tranquila, lo entiendo, yo no he sido muy…
−No, Denis, yo no debería haber cogido la pistola, yo…−dije mientras intentaba recomponerme.
−Quédate con la pistola−me cortó, mirándome a los ojos− No me importa, necesito que confíes en mí, y si así estás más tranquila, es tuya. No he sido muy franco contigo, debería haberte contado lo que me pasó…
−Lo siento, puedo esperar, cuando estés preparado estaré aquí para escucharte.
−Nadia, estoy infectado.
Se hizo el silencio.

Un frío inmenso me paralizó el cuerpo, a la vez que una horrible sensación de soledad se iba apoderando de mi alma.