Me
desperté sobresaltada con el corazón latiendo de manera desenfrenada; estaba
empapada en sudor y me costaba respirar. Había sido una pesadilla muy extraña,
demasiado real, aunque bastante improbable; sin embargo había despertado en mí
una desconfianza que no iba a ser capaz de sosegar hasta que no tuviese todos
los cabos atados.
Exceptuando
un delgado hilo de luz que entraba por los agujeros de la persiana, la
habitación se encontraba en penumbra. Debían de ser las 6 o 7 de la mañana y
Denis no estaba en la habitación, un escalofrío me recorrió el cuerpo, moví
mis manos y las dos se encontraban en su sitio, libres. De todas formas, me levanté
en silencio con mucho cuidado y entré en el baño para mojarme la cara y pensar
con más claridad. Al salir al pasillo deduje donde podía estar durmiendo Denis,
ya que había otra habitación con la puerta cerrada, así que me dirigí al salón.
En busca de “algo”, empecé a abrir los cajones del mueble que estaba detrás de
uno de los sofás. Álbumes de fotos de innumerables viajes, postales, libretas
de bocetos, un par de libros de historia del arte, recibos bancarios, lápices,
revistas… nada fuera de lo normal. Seguí revisando la estantería, repleta de
libros, cómics, removí los cojines de los sofás, la mesa. Nada. De repente,
recordé algo que me hizo revivir el sueño y que me estremeció. Así que volví a
la habitación, tenía sentido que de haber una en toda la casa, estuviese allí.
Abrí los cajones de la mesilla y los saqué para afuera por si tenían algún
falso fondo, comprobé el armario, los bolsillos de las cazadoras… quizá
estuviese volviéndome un poco paranoica. Detuve mi búsqueda, intentando tranquilizarme, y fui a la cocina a
preparar un desayuno para los dos, un buen desayuno continental con huevos,
jamón y un zumo de naranja. Abrí la nevera, que se encontraba llena de
alimentos esenciales: leche, verduras, fiambre, alguna fruta e incluso algún
filete de carne. Cogí un par de huevos, el jamón y abrí el cajón de la fruta
para coger un par de naranjas. El tiempo se detuvo por un instante. Allí
estaba, la había encontrado, en el lugar menos esperado. El sudor frío volvió a aparecer, la pesadilla
volvía a hacerse realidad. Cogí la pistola despacio y la inspeccioné, no sabía
si estaba cargada, pero ahora volvía a dudar de todo; tenía que hacer algo,
debía entrar en su habitación y descubrir qué estaba pasando. Preparé el
desayuno lo más rápido que pude, lo puse en una bandeja, me guardé la pistola
por dentro del pantalón y me encaminé a la habitación donde dormía Denis.
Abrí
con cuidado la puerta, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho por la
tensión del momento, y me daba la sensación de que hasta Denis podía escuchar
mis latidos. Él dormía profundamente, así que entré sin hacer ruido y apoyé la
bandeja sobre una cómoda. Abrí un poco la persiana.
−Buenos
días Denis− dije suavemente− he preparado el desayuno, no sé si tienes hambre,
pero yo sí−añadí con una sonrisa. Denis se desperezó y me observó desde la cama.
−La
verdad es que te lo agradezco, no sé cómo he podido quedarme dormido hasta tan
tarde, será porque hacía mucho tiempo que no dormía… gracias −añadió con un
tono tristemente sincero.
En ese
momento me invadió una oleada de culpabilidad, ¿qué estaba haciendo? Él me
había acogido en su casa sin conocerme, había sido una gran ayuda. Acerqué la
bandeja a la cama y me senté a su lado. Pasamos unos minutos interminables en
silencio, solo se escuchaba el tintineo de los cubiertos al comer el huevo con
jamón; en alguna ocasión lo miré de reojo avergonzada, pero él enseguida me
miraba con una sonrisa tímida.
−Nadia,
supongo que te debo una explicación−dijo con voz calmada pero triste− te he
acogido aquí y tú no me conoces; tú me has contado tu historia, lo que te ha
pasado…
−Denis,
yo…−le corté. La pistola se me estaba clavando como una estaca, tenía la
sensación de que su silueta se veía perfectamente bajo mi camiseta, apuntándome
como una traidora.
−No, en
serio, no es justo, entiendo que es difícil confiar, pero…
−Yo
solo necesito saber…−intenté decir, pero me cortó.
−Lo sé
y te lo contaré todo, sólo necesito tiempo y que confíes en mí para que…
−¡Lo
siento! ¡Vale!−dije sacándome la pistola y apoyándola en la cama. Respiraba
entrecortadamente y las lágrimas empezaron a resbalar por mis mejillas. Denis
me observó un instante; se acercó a mí y me abrazó con fuerza− Yo sólo quería,
necesitaba saber que podía confiar en ti, necesitaba estar segura, no puedo arriesgarme…
−Tranquila,
lo entiendo, yo no he sido muy…
−No,
Denis, yo no debería haber cogido la pistola, yo…−dije mientras intentaba
recomponerme.
−Quédate
con la pistola−me cortó, mirándome a los ojos− No me importa, necesito que
confíes en mí, y si así estás más tranquila, es tuya. No he sido muy franco
contigo, debería haberte contado lo que me pasó…
−Lo
siento, puedo esperar, cuando estés preparado estaré aquí para escucharte.
−Nadia,
estoy infectado.
Se hizo
el silencio.
Un frío
inmenso me paralizó el cuerpo, a la vez que una horrible sensación de soledad
se iba apoderando de mi alma.
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