domingo, 9 de febrero de 2014

8. HACIA RUTAS SALVAJES

Cuando me levanté, después de un rato, advertí que la pistola de Denis seguía en la cama; así que la cogí y me la guardé bajo la camiseta, al fin y al cabo él me había dado permiso para quedármela y si él era… seguramente él no la necesitaría. Analicé el planteamiento de mi viaje durante un momento, para así poder decidir que tendría que llevarme conmigo y qué cosas me harían falta. Lo primero era intentar cargar el móvil, ya que si tenía algún problema grave no tendría más opción que llamar a mi hermano. Abrí el primer cajón de la cómoda de la habitación de Denis y me sorprendí con lo que encontré; lo primero que vi fueron unas bolsitas de plástico llenas de una substancia azul, no es que fuese una experta en droga, pero nunca había visto algo parecido; también había un par de libretas, una parecía un diario, y una caja de puros habanos con más de dos mil euros en billetes de veinte, de cincuenta y de cien. En otra caja de metal más grande, encontré varios gramos de cocaína dispuestos en pequeños saquitos de plástico, marihuana y varias placas de hachís; había esparcidas por el cajón muchas más bolsitas de la substancia azul y munición para la pistola. Cada vez aquella historia se volvía más y más incomprensible, no entendía nada. ¿Por qué no me había contado nada de esto? Seguí revisando el siguiente cajón, donde encontré un cargador, entre otras cosas, y rápidamente conecté el móvil. También descubrí una Polaroid antigua, de las que te sacan la fotografía al momento, que guardé con cariño para el "viaje".
Después de comer un poco de los espaguetis que quedaban del día anterior y de darme una ducha, no sabía cuánto tiempo pasaría hasta que pudiese volver a hacerlo, revisé mi mochila y repasé meticulosamente si tenía todo lo que necesitaba: la pistola, munición, el palo de golf y varios cuchillos, indispensables si me quedaba sin balas, el móvil, comida, un par de botellas de agua, mudas limpias, la Polaroid, una de las libretas de Denis y un par de bolsitas de la substancia azul, tenía que averiguar de qué se trataba.
Me cargué la mochila a la espalda y eché un último vistazo a la casa; inspiré profundamente y atesoré ese olor característico. Abrí la puerta despacio mientras le daba vueltas al mismo pensamiento: en el momento en que la cerrase nunca volvería a entrar, ni tampoco volvería a saber nada de Denis. La cerré con firmeza y bajé las escaleras; antes de llegar al rellano del primer piso ya pude sentir el repugnante olor del asqueroso bicho que me había cargado el día anterior: allí estaba, con la cabeza abierta a golpes y los sesos descompuestos esparcidos por el suelo. Tuve que taparme la nariz para no vomitar. Pasé con cuidado a su lado y seguí mi camino; al llegar al portal empecé a notar la tensión en todos mis músculos, ¿estaba preparada para salir ahí fuera? Tenía que hacerlo, me quedaba un largo camino por delante, según mis cálculos debían de haber algo menos de diez kilómetros desde donde me encontraba hasta Toralla; en una situación normal tardaría, más o menos, dos horas, pero teniendo en cuenta lo singular de la situación en la que me encontraba, no tenía ni idea; debía caminar siempre alerta, atenta a cualquier sonido, olor, movimiento… despacio y confirmando que cada paso que diese fuese seguro, pero debía estar preparada para encontrarme cualquier cosa, no había cabida para las sorpresas.

Finalmente me decidí y abrí la puerta del portal con el palo de golf en la otra mano, salí con cautela y volví a cerrar la puerta asegurándome de que hiciese el menor ruido posible. Escuché con atención y poco a poco salí hacia la acera; lo primero que hice fue girar la cabeza hacia la Plaza de España y la imagen que se contemplaba era la misma que cuando había llegado. No pude resistirme, saqué la Polaroid de la mochila y esperé el mejor momento para inmortalizar a aquellos jinetes del Apocalipsis.



No hay comentarios:

Publicar un comentario