martes, 29 de abril de 2014

13. BUSCANDO UNA SALIDA

Llevábamos unos cuarenta minutos caminando y los jadeos de Gabi estaban empezando a ponerme muy nerviosa. Además, un sentimiento de culpabilidad horrible me recorría el cuerpo; no era capaz de sacarme de la cabeza el sonido de los disparos y toda aquella sangre… ¿qué me diferenciaba de esas criaturas? Yo había matado a gente inocente como si fuese una lunática, había perdido el control sobre mí misma. Era una sensación muy desagradable, ya que cuando intentaba recordar el momento de los disparos, lo observaba todo como si fuese una mera espectadora, como si no fuese dueña de mi cuerpo en ese momento. Lo veía todo tras una fina y borrosa capa de irrealidad, bueno, a decir verdad, hacía días que toda mi vida parecía tener ese extraño filtro en el que todo lo que ocurría a mi alrededor parecía salido de una película mala de serie B.
Intenté dejar la mente en blanco o simplemente caminar sin pensar en nada, pero era imposible, así que me dediqué a observar a mis dos acompañantes e intentar saber en qué estarían pensando ellos. Denis caminaba con la cabeza baja, inmerso en sus pensamientos, bajo aquel pelo rubio alborotado. No tenía aspecto de estar convirtiéndose en un zombie −todavía−, se le veía bastante sano, además sus rasgos dulces disimulaban el cansancio y las innumerables noches que debía de llevar sin dormir. Seguramente él también tenía miedo, como todos, pero siempre tenía una sonrisa o una palabra amable. La verdad es que los últimos días había actuado como una especie de ángel de la guarda para mí, eso me recordó a uno de mis libros favoritos, uno en el que una niña se hacía amiga de un extraño muchacho llamado Kai y él la protegería por el resto de su vida. Por alguna razón, sentía que Denis era mi Kai.
Por otro lado estaba Gabi. Él caminaba tenso, a veces sus músculos se contraían en pequeñas convulsiones y el disparo del hombro presentaba una asquerosa mancha de sangre negra, todavía húmeda. Me costaba mucho mirarlo, ya que poco a poco podía notar como mi hermano se desvanecía para dar lugar a una de esas criaturas, que de un momento a otro podría estar caminando a nuestro lado. Sus mejillas llenas de pecas ya no existían, en su lugar ese tono de piel azulado, blanquecino, se iba apoderando de todo su cuerpo. Tenía un aspecto enfermizo y también sonaba a enfermo. Él también era para mí una especie de protector, ya que era cinco años mayor que yo y siempre había cuidado de mí… Hacía dos años que nos habíamos ido a vivir juntos y, aunque los dos éramos bastante independientes, compartíamos mucho tiempo juntos. Estos pensamientos no ayudaron mucho a mejorar mi estado de ánimo… esto no podía estar pasando… ¿realmente iba a desaparecer para siempre?, ¿seguro que no había alguna forma de parar esta locura?, ¿de recuperar a mi hermano?
− ¿Por qué lo hiciste?− dije, de repente, con un hilo de voz. Gabi me escuchó perfectamente, pero no contestó. Eso sólo consiguió que mi tristeza se transformase en rabia.− ¿Por qué te inyectaste esa mierda, Gabi? ¿Podrías explicármelo? ¿Por qué fuiste tan jodidamente egoísta? ¡¿Me lo vas a decir o esperarás a que tu voz se convierta en un gruñido para no tener que contármelo?! ¡¿Eh?!
Gabi se paró en seco mirando al suelo. Las palabras me habían salido solas. Pero en el mismo momento en el que estaban saliendo de mi boca ya me estaba arrepintiendo de pronunciarlas. No debería haber dicho eso.
−No querí…
−No, no, tranquila… tienes razón− su voz sonaba muy humana, muy suave. Sonaba dolida y triste. Le había hecho daño.− La verdad es que cuando lo hice no tenía ni idea de que algo así pudiese ocurrir, nadie lo pensaba, ¿quién iba a imaginárselo? Era droga, una nueva droga, sí, pero droga al fin y al cabo. Droga del mundo real… no una droga… no una droga salida de una puta película de terror, ¡sabes! ¡No tenía ni puta idea Nadia! ¡Ni puta idea! Además, ¿de qué coño te sorprendes?, ¿de qué tu hermano, el yonqui de mierda, se haya drogado? ¡Ya ves, qué sorpresa!, ¿no?
− ¡Yo no he dicho eso!
−Pero lo piensas, ¿no? ¡Estaba claro que el…
−Ya vale Gabi… por favor. Yo siempre he estado a tu lado. ¿No puedes entender que tenga miedo? Que no quiero quedarme sola… ¿No hay alguna forma… algo para pararlo?
−Lo mejor va a ser que te hagas a la idea. No me queda mucho tiempo pequeña…
Esa frase me sentó como un jarro de agua fría, pero no pude contestar. Nos quedamos en silencio, ya que desde el fondo del túnel se escuchaban unos pasos que se acercaban a nosotros.
−Cincuenta metros más adelante está la otra puerta Gabi, ve con ella, yo espero−dijo Denis sacándose la pistola de debajo de la camiseta. Debía de habérmela cogido después de que me desmayase.−Os alcanzo ahora.

Gabi me miró muy serio y salimos corriendo hacia la puerta del final del túnel. Unas escalerillas subían hasta una trampilla. Eché una última mirada a donde se encontraba Denis y subí las escaleras. Al salir todo estaba bastante oscuro. Gabi me dijo dónde nos encontrábamos. Tenía sentido ¿Dónde sino iba a terminar un túnel así?

miércoles, 2 de abril de 2014

12. VOCES

Entre sueños escuchaba voces. Tenía la sensación de que me estaba moviendo y en la conversación que ocurría a mi alrededor podía distinguir alguna voz conocida. Pero mis ojos no querían abrirse y mi mente aún estaba espesa, así que en los momentos de tregua con la oscuridad intentaba escuchar, entender, intentaba articular alguna palabra para que las personas que me rodeaban supieran que estaba despierta; pero esos momentos duraban poco.
La siguiente ocasión en la que empecé a escuchar, una claridad muy débil penetró en mis ojos. Seguía en el túnel. Entreabrí los párpados y fui consciente de que me encontraba en posición horizontal; al parecer me estaban moviendo en una de las camillas. Las personas que me acompañaban seguían hablando.
−Supongo que un par de semanas… ¿Tú?− dijo una de las voces, que sonaba algo ronca.
−Algo menos de un mes. Aunque, sólo fue una dosis… no sé. Oye, tienes que tener cuidado, no se te ve muy…
− ¡Tú sí que deberías tener cuidado con lo que haces! Así que cállate. ¿No ves lo que has conseguido? ¿Qué coño pensabas al traerla aquí? Ya estaría a salvo… ¡joder! Ya habría llegado.
− ¿Crees que iba a dejarla sola, después de saber cómo están las cosas? ¿Y si no conseguía llegar? Nunca me lo perdonarías… ni siquiera me has agradecido que…
− ¿Agradecerte el qué?−le cortó de manera amenazante con una voz que tenía algo más que humano− ¿Este desastre?
Intenté girarme hacia la izquierda, de donde venía la otra voz, para verle la cara. La voz de Denis venía justo de encima de mí, era él quien manejaba la camilla.
−Cálmate, ¿vale?−dijo Denis, al mismo tiempo que detenía la camilla− ¿Cuántas dosis te has metido? Joder Gabi, no te quedan dos semanas tío… va a ser mejor que vuelvas…
Se me heló la sangre… Todo este tiempo en mi subconsciente había sabido que las dos voces que me acompañaban eran conocidas.
− ¡No voy a ninguna parte! Voy a llevarla a Toralla y a asegurarme de que se salva, no como nosotr…− en ese momento saqué las fuerzas suficientes para alargar el brazo y tocar a mi hermano. Pero cuando miró hacia mí, los primeros segundos en que nuestras miradas se cruzaron, me fue difícil reconocerlo. En ese par de segundos pude percibir el azul en sus ojos, pude notar que apenas tenía color en las mejillas y pude apreciar como una sangre extremadamente negra le brotaba de una herida de bala en el hombro derecho. Sin embargo, la sonrisa que se dibujó en su cara tras esos dos segundos, borró esa tétrica máscara que, con todas mis fuerzas, deseaba que fuese un producto de mi imaginación.
−¡¡Pequeña!!− incluso su voz había cambiado ese matiz ronco que tenía antes y se volvió mucho más dulce. Se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza. Todavía sin ser capaz de creérmelo, lo abracé también y, sin poder evitarlo, respiré profundamente, pero pronto me arrepentí. Percibí algo horrible en su olor; como cuando una fruta lleva muchos días madura y está empezando a pudrirse.
−Gabi…−las palabras no me salían. Tenía un nudo en la garganta, que no me dejaba hablar. Pero la rabia me ayudó y conseguí darle un empujón.−¿Qué coño… qué coño has hecho? ¡Joder! ¿Pero qué mierda está pasando Gabi?−me levanté de la camilla y me puse frente a los dos.
−Tranquila Nadia, todo va a salir bien, solo tenemos…−intervino Denis.
− ¡¿Qué?! ¿Pero, estás de broma? ¡¿Qué está pasando?! No, no, no… dime que estoy soñando… Esto… esto no puede ser. Pero, ¡sois gilipollas! ¿De qué os conocéis, Gabi?
−Pues, de hace bastantes años, pero nos hicimos socios cuando empezamos con esto y…−respondió Gabi.
− ¿Esto? ¿Qué es esto? Oh, Dios… Gabi, ¿qué has hecho?, tú sólo pasabas yerba… eran unas pelas, tú sólo… tú… mierda... ¿estás… te estás convirtiendo? Dios, no…−la cabeza me estaba empezando a dar vueltas otra vez, así que me volví a sentar en la camilla y apoyé la cara en las manos.
Uno de los dos se acercó a mí con cautela; pero yo ya no tenía fuerzas, así que dejé que se acercase. Se sentó a mi lado, me rodeó con un brazo y me besó en el pelo; se quedó ahí durante un rato apoyado sobre mi cabeza. Supe que era Denis porque no desprendía ese olor a descomposición. Alcé la cabeza y justo enfrente estaba Gabi, apoyado contra la pared con la cabeza baja. Me miró y se acercó a mí. Se agachó y me agarró las manos; tenía los ojos vidriosos. Aquellos ojos azulados, que siempre habían sido marrones, estaban llenos de lágrimas.
−Nadia, lo siento mucho…esto es una locura, esto… nada de esto tendría que haber pasado…
−Pero, ¿qué habéis hecho?...
−Nosotros no sabíamos esto. No sabíamos que era esto lo que estábamos comprando. Se suponía que era una nueva droga de diseño, que sus efectos eran muy potentes…−dijo Gabi.
− ¡¿Potentes?! Joder… ¿por qué os habéis metido esto?
−Escúchame, ya sé que tienes miedo… Yo tengo miedo, Nadia… y no sé cuánto tiempo podré ayudarte. Yo sólo quiero… sólo quiero ponerte a salvo y que no estés cerca de mí cuando esto acabe. De hecho, deberías estar en Toralla, si no fuera por…−dijo Gabi
− ¡Ella tenía derecho a verte, Gabi! No iba a dejar que llegase a Toralla y se encontrase con la realidad de que tú no ibas a estar allí. Tiene derecho a saber. Y tiene derecho a despedirse si quiere…−le cortó Denis.
−Pero, ¿ves lo que ha pasado trayéndola aquí abajo? Aquí no está segura, podría haberle pasado algo− en ese momento recordé los disparos y me sentí muy culpable. Me sentí miserable.
−Estos días la he protegido y cuando tú la enviaste a Toralla, sola, yo la seguí para asegurame de que estaba bie…
−Basta chicos… por favor. ¿Alguien me puede decir a cuántas personas he asesinado?
Los dos se quedaron callados, mirándome fijamente.
−Ha sido un accidente, esas personas no iban a sobrevivir… las que murieron ya estaban en un estado avanzado de infección…−dijo Denis.
−No me lo perdonaré en mi vida…−me acerqué a mi hermano− ¿y este disparo, te lo he hecho yo?− pregunté a Gabi.
Él bajó la cabeza, pero me bastó como contestación.
−Tenemos que curarte eso, tenemos que…−dije apresuradamente.
−Tenemos que llegar a Toralla, vamos…− añadió simplemente.

Tras unos minutos sin mediar palabra, los tres nos pusimos a andar, aunque aún quedaban muchas preguntas que hacer y muchas respuestas que escuchar. No iba a ser tan fácil llevarme a Toralla sin más.

lunes, 17 de marzo de 2014

11. ENTRE SOMBRAS

Era incapaz de sentirme tranquila allí abajo, pero tras un momento de observación a distancia, me decidí a caminar entre las camillas. Mientras tanto, Denis conversaba con el médico que se encontraba de voluntario ese día. Hacía días que Denis no pasaba por allí, por lo tanto quería saber cómo habían ido las cosas.
La situación no era muy esperanzadora. Los individuos se repartían entre las camillas, para los más graves, y el suelo, donde algunos también parecían luchar por su vida. Otros, que no parecían tan afectados en un principio, se chutaban por las esquinas, por lo que tras unos minutos, esa imagen saludable acababa desmoronándose también.  
Al pasar por una de las camas me quedé mirando fijamente hacia el individuo que se encontraba atado encima; no había mucha luz, pero se podía percibir que el color de su piel no era el de una persona sana, ya que mostraba zonas amarillentas y zonas amoratadas casi negras, sobre todo alrededor de los ojos, en los labios, el cuello y en algunas zonas de los brazos, por lo que la ropa dejaba trasver. La sangre parecía haber oscurecido, así que se podía observar claramente su recorrido a través de las venas y arterias; esto creaba un mapa de trayectorias que le daba un aspecto mucho más tétrico al cuerpo, como si se hubiese vestido con una inmensa red de telas de araña. Además, los sonidos que emitía no ayudaban mucho a mejorar su aspecto; esos jadeos rasgados, más animales que humanos,  acompañados de salpicones de baba, te hacían retroceder. Sin embargo, me acerqué un poco más. Los ojos, abiertos de par en par, parecían nublados, costaba trabajo distinguir los colores, ya que habían adquirido un tono blanquecino, azulado. Me encontraba a unos centímetros de su cara, ensimismada en esa neblina ocular, justo cuando una convulsión lo sacudió. Con el sobresalto tropecé hacia atrás y caí encima del que estaba en la camilla de al lado; éste se puso a moverse y a forcejear intentando agarrarme. Me revolví, alterada, y tras varios traspiés acabé de bruces en el suelo. Tan pronto caí, me levanté lo más rápido que pude, con el corazón latiendo desenfrenadamente, la respiración entrecortada, y mi mano fue a parar, sin darme cuenta, a la pistola bajo mi camiseta.
− ¡Nadia!− gritó Denis acercándose desde el principio del túnel− ¿Qué ha pasado?
−Nada… nada− Instintivamente retrocedí también ante Denis. Quizá fuese la iluminación del lugar, o la conmoción del momento, pero incluso Denis parecía tener un tono azulado en su mirada.
− Nadia... –Denis estaba parado, con gesto triste, tendiéndome una mano− Tranquilízate, ¿vale? Soy yo, no pasa nada.
Me sentía muy desubicada, como si no estuviese en un lugar real. Me pesaba la cabeza y me costaba respirar; miraba a todos lados con nerviosismo y parecía que todos me estuviesen observando como si fuese un cacho de carne. Era una sensación de irrealidad muy extraña. Denis me hablaba despacio, pero ya no escuchaba nada; las sombras me estaban jugando malas pasadas y era incapaz de tranquilizarme. Sin darme cuenta estaba retrocediendo lentamente a pasos cortos, con la mano aún agarrada a la pistola. Todo estaba empezando a parecerme una trampa, un callejón sin salida. De repente, sentí una mano alrededor de mi tobillo. Y disparé. Todo se descontroló. El estruendoso ruido del disparo rompió con la tranquilidad y se desató el caos. Entre un barullo de gritos, rugidos, movimiento y manos ansiosas que intentaban apresarme, mi dedo apretó el gatillo, cuatro, cinco… quizá seis o siete veces más.
Después llegó el silencio. Un silencio roto simplemente por un pitido agudo en los oídos. Solo existía ese zumbido. Poco a poco, intenté abrir los ojos y de forma borrosa empecé a vislumbrar el macabro escenario. A mis pies se esparcían los sesos de algunos cadáveres; varias camillas se encontraban salpicadas en sangre y sus huéspedes, ahora inertes, contrastaban con algunos de los que aún estaban vivos, que no paraban de moverse y agitarse. Giré lentamente y un par de personas que seguían en el suelo rehuyeron mi mirada y se escondieron tras las camas. Cerca de ellos había dos o tres cadáveres más. Hasta ese momento no fui consciente de que aún estaba sujetando con fuerza la pistola, hasta el punto de hacerme daño; me miré la mano y la dejé caer. Muy despacio, me acerqué a uno de los cadáveres, pero no fui capaz de ver ningún monstruo en él. No veía más que un ser humano con la cabeza reventada…
Algo me estaba bloqueando la garganta, me agarré el cuello, me tapé la cara; una angustia y una desesperación horrible empezaban a invadir mi cuerpo que se encorbaba en pequeños temblores; notaba como una espesura oscura, negra, se estaba apoderando de mí y me arrastraba a las tinieblas. Comencé a toser de forma nerviosa, una tos que acabó convirtiéndose en llanto desesperado. Y casi sin darme cuenta, dejé que la oscuridad me llevase y me desplomé.

martes, 4 de marzo de 2014

10. MIRADA AL INTERIOR

−No va a ser fácil llegar a Toralla. La ciudad está infestada, así que tenemos que buscar una ruta segura. Por cierto ¿tienes la pistola?
−Sí−contesté mostrándole el arma bajo la camiseta.
−Bien. Ahora sígueme, debo enseñarte algo.
Salimos del soportal y callejeamos hasta llegar al colegio de las Jesuitinas, en una esquina de Gran Vía con la calle Regueiro. Se trataba de un edificio del siglo XIX al que le habían añadido cuatro plantas posteriormente, por lo que la primera planta y los sótanos seguían reflejando cierto aspecto antiguo. Había tenido varios amigos que habían estudiado ahí, por lo que tuve la ocasión de entrar varias veces y deambular por aquellos históricos pasillos.
−Es aquí−dijo Denis.
− ¿Cómo? ¿En este colegio? Pero, ¿qué hay aquí?
−Ya verás. Tú dame la mano y no tengas miedo, ¿vale?
Subimos las escaleras que daban a la puerta principal y entramos. Todo estaba en penumbra, pero conseguí distinguir la ventanilla de la secretaría a la derecha. La estancia de la entrada no era muy grande y estaba rodeada de varias puertas; seguimos de frente y abrimos la puerta que conducía hacia el pasillo central, largo y estrecho. En un hueco a la derecha unas escalerillas en espiral bajaban hasta los sótanos, donde se encontraba el gimnasio y los vestuarios. En estas estancias solo conseguía entrar la luz por unos ventanucos a ras de suelo. Llegado a este punto, no tenía ni idea de lo qué Denis pretendía enseñarme y estaba empezando a ponerme un poco nerviosa.
−Bueno, ¿qué hay aquí que sea tan importante?−dije, algo impaciente.
−Aún no es aquí, hay que bajar un poco más.
−¿Bajar? Esto son los sótanos, no se puede bajar más… yo entré en este colegio varias veces y no…
−Pues me temo que te vas a llevar una sorpresa. En el siglo XIX, las monjas de este colegio no se dedicaban a educar, sino que utilizaban este centro para tratar a enfermos. En ese siglo hubo varias epidemias, y una de ellas entró exactamente por el puerto de Vigo procedente de la India. En 1833 se declaró la primera epidemia del cólera. Este centro se supone que curaba a los afectados, pero lo cierto es que la enfermedad no tenía un tratamiento específico y por ello los enfermos eran apartados hasta morir, ya que las heces eran altamente contagiosas.
−Y ¿qué tiene esto que ver con lo que me vas a enseñar?−dije  mientras Denis me conducía por los pasillos estrechos de los sótanos, hasta que llegamos a una puertecita minúscula y Denis la empujó.
−Estos pasadizos donde dejaban morir a la gente están volviendo a ser usados−dijo, mientras abría del todo la puerta−vamos, hay que bajar un poco más.
−Pero, pero… ¡Denis! ¿Qué hay ahí abajo?, ¿no estarás diciendo que eso está lleno de… esas cosas?−dije mientras retrocedía asustada.
−Nadia, tranquila…−dijo tendiéndome la mano con voz suave− no son zombis… simplemente es gente contaminada, gente como… gente como yo, que no quieren convertirse en un… que no quieren asesinar a nadie. Han tomado una decisión y prefieren… morir aquí.
Retrocedí un poco más conteniendo el aliento. No estaba segura de querer bajar ahí. No estaba segura de querer ver a esa gente. ¿En qué estado se encontrarían? ¿Y si había alguno que se acababa de convertir? ¿Cómo estaba Denis tan seguro de que no pasaría nada?
−Entiendo que tengas miedo, pero te prometo que no te pasará nada… nunca haría nada que pudiese hacerte daño, Nadia. Sólo quiero que seas consciente de lo que está pasando, que veas cual es la realidad y la gravedad del asunto. Además también hay varios doctores que vienen cada día a echar una mano.
−Vale… entiendo−dije sin estar totalmente convencida. Pero una parte de mí tenía cientos de preguntas que debían ser resueltas y esta quizá fuese una buena oportunidad para ello.−Vamos.
Cogí su mano con fuerza y empecé a bajar tras él.
En completa oscuridad bajamos durante unos minutos eternos unas escalerillas estrechas y desiguales. Hubo varios momentos en los que estuve a punto de resbalar, pero Denis me sujetó con fuerza. A medida que descendíamos empezaba a subir un hedor a humedad y algo parecido al olor que desprendían los zombis. También empezaba a percibirse un leve murmullo de voces y algún que otro jadeo desgarrado nada esperanzador. Notaba una presión en la garganta y en el pecho que no me dejaba tragar ni respirar con normalidad. Empezó a vislumbrarse una claridad al final de las escaleras. Y por fin llegamos al túnel. 
El pasadizo se encontraba lleno de antorchas que daban una luz titilante al lugar. A cada lado del corredor se extendía una hilera de camillas con los afectados encima; cada camilla contaba con sujeciones que mantenían a los “pacientes” agarrados, aunque algunos luchaban por desasirse violentamente entre jadeos y rugidos. El resto del pasillo se encontraba lleno de individuos sentados y tumbados por el suelo. En total debía haber cerca de unas treinta per… unas… unas treinta personas. De repente, no pude evitarlo, me sentí como un ratón en una jaula llena de serpientes.

lunes, 17 de febrero de 2014

9. HACIA RUTAS SALVAJES. 2ª PARTE

El perfume que se percibía en el aire consistía en una mezcla entre el humo de la gasolinera de Plaza de España, que lo cubría todo, y los restos de cadáveres en putrefacción, eso hacía que la acción de respirar se volviese pesada y dificultosa; además, la aparente calma se rompía de vez en cuando con gritos, jadeos y golpes a lo lejos. Desde donde me encontraba podían verse algunos contenedores tirados con la basura dispersa por la carretera; había algunos coches parados, con las puertas abiertas, como si los hubiesen tenido que dejar de forma apresurada. Quizá podría coger uno, de ese modo llegaría mucho más rápido a Toralla, el problema sería el hecho de ser el único coche circulando por la carretera y haciendo ruido, cuestión que llamaría la atención de cualquier criatura a unos cientos de metros a la redonda. Los seres que se encontraban subidos a los caballos de la plaza serían los primeros en verme y oírme salir con el coche, y esa idea no me gustaba nada; ¿qué haría si me veía rodeada de ellos dentro de un coche? Se convertiría en una ratonera. Quizá caminar no estuviese mal del todo.
Entre los que se hallaban encaramados a la estatua y los que merodeaban por el suelo habría una veintena; se encontraban lo suficientemente alejados como para poder empezar a bajar Gran Vía, en dirección contraria a ellos, y que no me viesen. Así que me decidí. Caminé muy pegada a la pared, con el palo de golf en la mano y la pistola metida en el pantalón, no quería usarla a no ser que me viese en una situación extrema, ya que el mínimo ruido en esta situación se pagaba caro. Escudriñaba el panorama a lo lejos en busca de cualquier indicio de movimiento o peligro, y cada tres o cuatro pasos volvía la vista atrás para asegurarme de que los Jinetes del Apocalipsis seguían en su sitio.
Debían de ser las 9 o 10 de la mañana, ya que el sol empezaba a calentar, aunque las nubes de humo lo tapaban a ratos y todo se volvía de un color grisáceo. Después de un rato, llegué a la carretera por donde se entraba al centro comercial Gran Vía, donde había empezado todo para mí. Continué bajando la calle, pero de repente algo me detuvo. Un sonido de voces alteradas, como si alguien viniese corriendo desde el centro comercial. Me apresuré para girar en la siguiente esquina y ponerme a resguardo; al torcer la calle unas manos me agarraron, me taparon la boca y me introdujeron en un soportal. Forcejeé un momento y opuse resistencia, pero algo en el “shhh” que mi captor pronunció en mi oído hizo que me calmase. Permanecí quieta mientras el ruido se acercaba. Por Gran Vía, perpendicular a la calle en la que me encontraba ahora, pasaron corriendo cuatro personas desesperadas. Uno de ellos, un niño de unos diez años, cayó rendido; en ese momento tuve la intención de salir a ayudarlo, pero mi apresador me lo impidió. Pensándolo mejor, no tenía ni idea de qué venía tras ellos y quizá hubiese sido mi sentencia de muerte. Pronto lo comprobé en el momento en que una manada de zombis se precipitó sobre el pequeño; el sonido de su último grito ahogado mientras las criaturas le desgarraban la cara a mordiscos me acompañaría para siempre. Entre varios consiguieron arrancarle los miembros, peleándose por la presa en un macabro festín de sangre, retazos de carne y vísceras.
La imagen me provocó una arcada incontenible que tuve que volver a tragarme, puesto que aún me estaban tapando la boca. Lo que no tuvo contención posible fueron mis lágrimas, que cayeron empapando mi rostro y la mano de mi... salvador. ¿Cómo era posible que estuviese ocurriendo esto? ¿Por qué no llegaba ayuda de ningún sitio? La ciudad parecía desierta y la gente era asesinada de una manera horripilante por las calles sin que nadie pudiese hacer nada… ¿Acaso esta situación se había expandido por más sitios? ¿Estaría todo el mundo sumido en el caos y por eso a nadie le importaba una ciudad perdida en la última punta de un país del extremo de Europa?
Cuando los zombis dejaron lo que quedaba del muchacho y continuaron su camino, las manos que me sujetaban se relajaron, así que me di la vuelta. Una especie de alegría inundó mi cuerpo y no pude contenerme. Lo abracé con fuerza durante unos minutos e inspiré aquel olor característico. Era irónico, ahora me sentía segura, con la creencia de que todo iba a salir bien, aunque fuese mentira.
−Lo siento, no podía dejarte sola… espero que me perdones.
−Pero, ¿cómo?, ¿me has estado siguiendo?−la sonrisa de Denis no necesitaba contestación.−Bueno… estoy… voy a intentar ir a Toralla con mi hermano…
−Lo sé, te escuché hablar con él. Es una buena idea.
−Pero… no sé, creo que me voy a arrepentir de esto… me gustaría que vinieses, aunque… no sé cómo va eso de la transforma… es decir, ¿cuánto tiempo seguirás siendo… tú?
−Aún tenemos algo de tiempo, Nadia.
− Vale, pero ¿Me vas a contar lo qué te ha pasado?, ¿me vas a contar algo, Denis? No sé, yo he confiado en ti, me gustaría ayudarte, y…−busqué en mi mochila y saqué una de aquellas bolsitas de substancia azul− ¿qué es esto?
−Te lo voy a contar todo, pero antes, tienes que ver algo.



"Nadia" Ilustración de nuestra ilustradora oficial:

domingo, 9 de febrero de 2014

8. HACIA RUTAS SALVAJES

Cuando me levanté, después de un rato, advertí que la pistola de Denis seguía en la cama; así que la cogí y me la guardé bajo la camiseta, al fin y al cabo él me había dado permiso para quedármela y si él era… seguramente él no la necesitaría. Analicé el planteamiento de mi viaje durante un momento, para así poder decidir que tendría que llevarme conmigo y qué cosas me harían falta. Lo primero era intentar cargar el móvil, ya que si tenía algún problema grave no tendría más opción que llamar a mi hermano. Abrí el primer cajón de la cómoda de la habitación de Denis y me sorprendí con lo que encontré; lo primero que vi fueron unas bolsitas de plástico llenas de una substancia azul, no es que fuese una experta en droga, pero nunca había visto algo parecido; también había un par de libretas, una parecía un diario, y una caja de puros habanos con más de dos mil euros en billetes de veinte, de cincuenta y de cien. En otra caja de metal más grande, encontré varios gramos de cocaína dispuestos en pequeños saquitos de plástico, marihuana y varias placas de hachís; había esparcidas por el cajón muchas más bolsitas de la substancia azul y munición para la pistola. Cada vez aquella historia se volvía más y más incomprensible, no entendía nada. ¿Por qué no me había contado nada de esto? Seguí revisando el siguiente cajón, donde encontré un cargador, entre otras cosas, y rápidamente conecté el móvil. También descubrí una Polaroid antigua, de las que te sacan la fotografía al momento, que guardé con cariño para el "viaje".
Después de comer un poco de los espaguetis que quedaban del día anterior y de darme una ducha, no sabía cuánto tiempo pasaría hasta que pudiese volver a hacerlo, revisé mi mochila y repasé meticulosamente si tenía todo lo que necesitaba: la pistola, munición, el palo de golf y varios cuchillos, indispensables si me quedaba sin balas, el móvil, comida, un par de botellas de agua, mudas limpias, la Polaroid, una de las libretas de Denis y un par de bolsitas de la substancia azul, tenía que averiguar de qué se trataba.
Me cargué la mochila a la espalda y eché un último vistazo a la casa; inspiré profundamente y atesoré ese olor característico. Abrí la puerta despacio mientras le daba vueltas al mismo pensamiento: en el momento en que la cerrase nunca volvería a entrar, ni tampoco volvería a saber nada de Denis. La cerré con firmeza y bajé las escaleras; antes de llegar al rellano del primer piso ya pude sentir el repugnante olor del asqueroso bicho que me había cargado el día anterior: allí estaba, con la cabeza abierta a golpes y los sesos descompuestos esparcidos por el suelo. Tuve que taparme la nariz para no vomitar. Pasé con cuidado a su lado y seguí mi camino; al llegar al portal empecé a notar la tensión en todos mis músculos, ¿estaba preparada para salir ahí fuera? Tenía que hacerlo, me quedaba un largo camino por delante, según mis cálculos debían de haber algo menos de diez kilómetros desde donde me encontraba hasta Toralla; en una situación normal tardaría, más o menos, dos horas, pero teniendo en cuenta lo singular de la situación en la que me encontraba, no tenía ni idea; debía caminar siempre alerta, atenta a cualquier sonido, olor, movimiento… despacio y confirmando que cada paso que diese fuese seguro, pero debía estar preparada para encontrarme cualquier cosa, no había cabida para las sorpresas.

Finalmente me decidí y abrí la puerta del portal con el palo de golf en la otra mano, salí con cautela y volví a cerrar la puerta asegurándome de que hiciese el menor ruido posible. Escuché con atención y poco a poco salí hacia la acera; lo primero que hice fue girar la cabeza hacia la Plaza de España y la imagen que se contemplaba era la misma que cuando había llegado. No pude resistirme, saqué la Polaroid de la mochila y esperé el mejor momento para inmortalizar a aquellos jinetes del Apocalipsis.



miércoles, 29 de enero de 2014

7. CONTACTO CON LA REALIDAD

− ¿Qué?− retrocedí sin darme cuenta− No, no, no… No puede ser, ¿vale?−la voz me salía entrecortada por culpa del nudo en la garganta que me cortaba la respiración− No me mientas, ¡esto no tiene puta gracia Denis!−intentaba mirarle a los ojos, pero Denis permanecía con la cabeza gacha, no decía nada− ¿Denis…−conseguí decir con un hilo de voz. Una parte de mí me decía corre, sal de ahí ahora mismo, es uno de ellos; pero verlo ahí, destrozado, débil… no parecía ser una amenaza, además, ¡me había acogido! Me había tratado bien… ¿qué debía hacer?, ¿a dónde iría? Además, ¿cómo se había infectado? Yo no le había visto ni un rasguño, no aparentaba estar mal, no parecía un… ¿Por qué me estaba diciendo esto? ¿Quería que me fuese?, ¿que lo dejase allí? A lo mejor era peligroso; a lo mejor de un momento a otro se abalanzaba sobre mí y todo esto terminaba. Pero Denis seguía ahí, sentado en la cama con la bandeja del desayuno sobre las piernas, abatido, sin decir una palabra. Empecé a caminar despacio y salí de la habitación, necesitaba pensar. Me senté en uno de los sofás del salón y de repente me acordé. Corrí a mi habitación y busqué en el bolsillo de mi pantalón; recompuse las piezas del móvil y me dispuse a llamar a mi hermano. Con toda esta situación se me había olvidado lo más importante.
− ¡¿Nadia?! ¿Dónde estás?−la voz de Gabi sonaba preocupada desde el otro lado.
− ¡Gabi! Gabi joder… No sabes cómo me alegro de oír tu voz…− las lágrimas empezaron a recorrer mis mejillas suavemente. Escuchar a mi hermano me tranquilizaba, era el único enlace con la vida real que tenía. Su voz me transportaba a la normalidad.
−Tranquila, dime dónde estás y voy a buscarte ¿estás bien?, ¿cómo te encuentras?
−Estoy bien, Gabi, estoy bien. Ayer me desperté en el centro comercial, conmocionada, sin saber muy bien dónde estaba…
− ¿Cómo?, ¿estuviste allí todos estos días?−me cortó.
−Sí, sí… al parecer he pasado tres días encerrada en un ascensor…pero ahora estoy bien, estoy… estoy con alguien…creo que me puede ayudar…
− ¿En serio? Menos mal, Nadia, menos mal, pensaba que estarías sola… no quería imaginarme… bueno, entonces tenéis que venir aquí, a Toralla.
− ¿Toralla? ¿Qué haces ahí?
−Logré contactar con Adri, después de comprobar que nuestra casa era impracticable. Él y los demás estaban en Toralla, en su casa, la isla ha conseguido resistir bloqueando el puente, de momento no hay ningún peligro. Además, algunas de las casas tienen placas solares para autoabastecerse y pequeños generadores, también hay algún huerto y se puede pescar, no es un mal refugio, tienes que venir cuanto antes, aquí estaremos seguros… ¿Tú dónde estás? Dijiste que ayer saliste del centro comercial, ¿no?
−Sí, estoy en Gran Vía, en un piso. No te preocupes, intentaré llegar hasta ahí como sea… tengo… tengo ayuda, tú no te preocupes. ¿Me esperarás ahí?
− ¡Puedo ir a buscarte, puedo…
− ¡Gabi, Gabi! Escúchame, estoy bien, tengo ayuda, ¿vale? No tardaré, hoy a la noche ya estaré ahí, te lo prometo…Hoy cenaremos juntos… no te preocupes, de verdad; tú estás seguro ahora, quédate ahí y espérame. Por favor…
−Si te pasa algo no me lo perdonaré Nadia… no puedo…
−No va a pasarme nada, soy como un ninja, ¿recuerdas? como cuando me colaba en tu habitación a buscar en tus cajones…−los dos reímos con amargura− Nos vemos a la noche Gabi.
−Okei pequeña, ten cuidado… te quie…−la voz de Gabi se cortó de repente. Miré el móvil enfadada: sin batería. Perfecto, lo que me faltaba. Tal vez Denis tuviese un cargador para intentar tener algo de batería para el viaje. Denis… ¿Qué iba a hacer? Tenía que hablar con él… Necesitaba saber qué estaba pasando, que me explicase la situación: cuales son los riesgos, por qué todavía no era un zo… una criatura de esas y qué tenía pensado hacer. Estaba claro que el viaje con él sería mucho más sencillo, tendríamos más probabilidades de sobrevivir y de llegar al refugio, pero… ¡pero estaba infectado! ¿Cómo podía saber que no se convertiría de un momento a otro?, ¿que no me atacaría? Tenía demasiadas preguntas sin respuesta y ni siquiera sabía si Denis podría despejarlas. De todas formas, saqué fuerzas de flaqueza y fui a su habitación, por lo menos tenía que decirle lo que iba a hacer. Se lo debía. Ya decidiríamos con calma los pormenores.

Lo llamé antes de entrar, pero no contestó, probablemente seguiría en la misma posición donde lo había dejado. Pero al entrar en la habitación, no se encontraba allí. «¡Denis!» volví a llamar. Nadie contestó. Corrí al salón, comprobé la cocina, entré en el baño, moví las cortinas de la bañera, volví a su habitación… Nada. Había desaparecido. ¿Por qué, Denis…? Durante unos instantes me quedé allí, delante de su cama, petrificada, de pie inmóvil, sin saber qué hacer. Unos destellos atravesaron mi mente: esa sonrisa triste, su pelo rubio revuelto… Me dejé caer al suelo y permanecí durante un rato, acurrucada, apoyada contra la cama, abstraída en mis pensamientos.