martes, 4 de marzo de 2014

10. MIRADA AL INTERIOR

−No va a ser fácil llegar a Toralla. La ciudad está infestada, así que tenemos que buscar una ruta segura. Por cierto ¿tienes la pistola?
−Sí−contesté mostrándole el arma bajo la camiseta.
−Bien. Ahora sígueme, debo enseñarte algo.
Salimos del soportal y callejeamos hasta llegar al colegio de las Jesuitinas, en una esquina de Gran Vía con la calle Regueiro. Se trataba de un edificio del siglo XIX al que le habían añadido cuatro plantas posteriormente, por lo que la primera planta y los sótanos seguían reflejando cierto aspecto antiguo. Había tenido varios amigos que habían estudiado ahí, por lo que tuve la ocasión de entrar varias veces y deambular por aquellos históricos pasillos.
−Es aquí−dijo Denis.
− ¿Cómo? ¿En este colegio? Pero, ¿qué hay aquí?
−Ya verás. Tú dame la mano y no tengas miedo, ¿vale?
Subimos las escaleras que daban a la puerta principal y entramos. Todo estaba en penumbra, pero conseguí distinguir la ventanilla de la secretaría a la derecha. La estancia de la entrada no era muy grande y estaba rodeada de varias puertas; seguimos de frente y abrimos la puerta que conducía hacia el pasillo central, largo y estrecho. En un hueco a la derecha unas escalerillas en espiral bajaban hasta los sótanos, donde se encontraba el gimnasio y los vestuarios. En estas estancias solo conseguía entrar la luz por unos ventanucos a ras de suelo. Llegado a este punto, no tenía ni idea de lo qué Denis pretendía enseñarme y estaba empezando a ponerme un poco nerviosa.
−Bueno, ¿qué hay aquí que sea tan importante?−dije, algo impaciente.
−Aún no es aquí, hay que bajar un poco más.
−¿Bajar? Esto son los sótanos, no se puede bajar más… yo entré en este colegio varias veces y no…
−Pues me temo que te vas a llevar una sorpresa. En el siglo XIX, las monjas de este colegio no se dedicaban a educar, sino que utilizaban este centro para tratar a enfermos. En ese siglo hubo varias epidemias, y una de ellas entró exactamente por el puerto de Vigo procedente de la India. En 1833 se declaró la primera epidemia del cólera. Este centro se supone que curaba a los afectados, pero lo cierto es que la enfermedad no tenía un tratamiento específico y por ello los enfermos eran apartados hasta morir, ya que las heces eran altamente contagiosas.
−Y ¿qué tiene esto que ver con lo que me vas a enseñar?−dije  mientras Denis me conducía por los pasillos estrechos de los sótanos, hasta que llegamos a una puertecita minúscula y Denis la empujó.
−Estos pasadizos donde dejaban morir a la gente están volviendo a ser usados−dijo, mientras abría del todo la puerta−vamos, hay que bajar un poco más.
−Pero, pero… ¡Denis! ¿Qué hay ahí abajo?, ¿no estarás diciendo que eso está lleno de… esas cosas?−dije mientras retrocedía asustada.
−Nadia, tranquila…−dijo tendiéndome la mano con voz suave− no son zombis… simplemente es gente contaminada, gente como… gente como yo, que no quieren convertirse en un… que no quieren asesinar a nadie. Han tomado una decisión y prefieren… morir aquí.
Retrocedí un poco más conteniendo el aliento. No estaba segura de querer bajar ahí. No estaba segura de querer ver a esa gente. ¿En qué estado se encontrarían? ¿Y si había alguno que se acababa de convertir? ¿Cómo estaba Denis tan seguro de que no pasaría nada?
−Entiendo que tengas miedo, pero te prometo que no te pasará nada… nunca haría nada que pudiese hacerte daño, Nadia. Sólo quiero que seas consciente de lo que está pasando, que veas cual es la realidad y la gravedad del asunto. Además también hay varios doctores que vienen cada día a echar una mano.
−Vale… entiendo−dije sin estar totalmente convencida. Pero una parte de mí tenía cientos de preguntas que debían ser resueltas y esta quizá fuese una buena oportunidad para ello.−Vamos.
Cogí su mano con fuerza y empecé a bajar tras él.
En completa oscuridad bajamos durante unos minutos eternos unas escalerillas estrechas y desiguales. Hubo varios momentos en los que estuve a punto de resbalar, pero Denis me sujetó con fuerza. A medida que descendíamos empezaba a subir un hedor a humedad y algo parecido al olor que desprendían los zombis. También empezaba a percibirse un leve murmullo de voces y algún que otro jadeo desgarrado nada esperanzador. Notaba una presión en la garganta y en el pecho que no me dejaba tragar ni respirar con normalidad. Empezó a vislumbrarse una claridad al final de las escaleras. Y por fin llegamos al túnel. 
El pasadizo se encontraba lleno de antorchas que daban una luz titilante al lugar. A cada lado del corredor se extendía una hilera de camillas con los afectados encima; cada camilla contaba con sujeciones que mantenían a los “pacientes” agarrados, aunque algunos luchaban por desasirse violentamente entre jadeos y rugidos. El resto del pasillo se encontraba lleno de individuos sentados y tumbados por el suelo. En total debía haber cerca de unas treinta per… unas… unas treinta personas. De repente, no pude evitarlo, me sentí como un ratón en una jaula llena de serpientes.

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