lunes, 9 de diciembre de 2013

2. LOS JINETES DEL APOCALIPSIS

La luz del ascensor seguía encendida, así que todavía había electricidad. Puede ser que el habitáculo se quedase bloqueado entre dos pisos, por culpa de alguna colisión contra la pared, ya que no veía ninguna claridad por la rendija; la verdad es que no tenía ni la menor idea de cómo había acabado en el ascensor, no era capaz de recordarlo, quizás por algún golpe en la cabeza o por el estado de shock, pero eso hacía más difícil pensar en una forma de salir. Opté por lo más sencillo, darle a algún botón para ver si se movía, pero no hubo suerte. Así que después de meditar mis posibilidades fríamente, me puse a saltar, esperando que el golpe contra el suelo no fuese muy fuerte si el ascensor caía; se escuchaban los ruidos de los cables cediendo y los golpes contra la pared no eran muy esperanzadores, sin embargo después de cinco o seis saltos el ascensor hizo su típico sonido de llegar a una planta y comenzó a bajar de forma normal. Genial. Volvió a sonar la musiquita, y el ascensor se paró, debía haber bajado un piso; en ese instante las pulsaciones se me dispararon sin apenas darme cuenta, notaba el corazón bombeando sangre de forma violenta a todas las partes de mi cuerpo, preparadas para reaccionar ante lo que hubiese afuera. Respiré profundamente y exhalé con fuerza.
Las puertas del ascensor se abrieron mostrándome un paisaje que me heló la sangre. Las luces del centro comercial seguían encendidas como si todo marchase correctamente, sólo un par de ellas tintineaban, pero esa aparente calma contrastaba con la ausencia de gente, por lo menos gente viva. Llegaba a contar tres cadáveres desde donde estaba, pero muchas más manchas de sangre salpicaban el suelo y las paredes. Los cuerpos, estaban destrozados, miembros despedazados, cachos de carne esparcidos a su alrededor; su hedor llegaba hasta mí provocándome arcadas casi incontenibles. Delante de mí se encontraba la tienda de deportes y un poco más alejada a la derecha podía ver una de las salidas del centro comercial. Me quedé totalmente en silencio, casi sin respirar en busca de cualquier sonido, por lo mínimo que fuese, pero todo parecía en “calma”. Caminé lentamente y medio agachada, mirando hacia todos lados hasta llegar a la tienda de deportes; me moví con sigilo y rapidez entre los colgadores y stands buscando lo que necesitaba. Encontré una buena mochila que cogí rápidamente y ¡premio! algo que me serviría de arma provisional: palos de golf. Me metí un par de ellos en la mochila junto con alguna ropa de abrigo y salí de la tienda. Decidí alejarme del centro comercial, pues en una situación de peligro podía convertirse en una ratonera, además no tenía ni idea de cómo estaban las otras plantas ni de si aún había… criaturas dentro.
 Al salir a la calle me fui encontrando con algún cuerpo más horriblemente descuartizado. Lo más apropiado sería encontrar un lugar alto desde donde poder observar en qué estado se encontraba la ciudad y así analizar las posibilidades, y sobre todo, intentar pensar con claridad, luego ya decidiría el siguiente paso. No estaba muy lejos del Castro, el lugar más alto dentro de la ciudad, así que empecé a subir la calle lentamente y con los ojos bien abiertos. La atmósfera que se respiraba estaba enrarecida debido a la putrefacción que soltaban aquellas criaturas, olía a muerte. La ciudad debía de estar llena de ellos… pero, ¿dónde se había metido todo el mundo? La quietud que había en la calle solo conseguía ponerme más nerviosa, en todo momento parecía que algo iba a pasar, o que alguien te estaba observando desde algún sitio, era una paz muy desagradable, no me sentía segura. Tenía que pararme de vez en cuando para poder respirar con normalidad, tenía la garganta completamente seca, los latidos del corazón retumbaban por todas las partes de mi cuerpo y la cabeza me daba vueltas. De vez en cuando se oían ladridos de perros, o gritos de gente a lo lejos. En esos momentos se me paraba la respiración, cada músculo de mi cuerpo se detenía deseando no correr la misma suerte.
Seguí caminando, despacio, pegada al muro de la calle y pronto pude divisar la Plaza de España, pero en ese mismo instante me metí debajo de un coche, lo más rápido que pude. El panorama que allí se veía era de película de terror. La gasolinera estaba en llamas, el humo que desprendía era casi negro por lo que la visibilidad en la plaza era escasa; esto le daba un aspecto aún más tétrico a la estatua de los caballos. Unos terribles jinetes se habían apoderado de ellos y los habían cubierto de sangre y vísceras. Parecía que ellos también buscaban un sitio alto desde el cual observar a sus víctimas. Cualquiera que viese la imagen podría afirmar estar viendo a los jinetes del apocalipsis montando a sus corceles.
Cruzar la plaza estaba totalmente descartado, debía coger la calle que pasaba por detrás de la gasolinera para así poder seguir hacia el Castro. Bajé un poco la calle para que no me viesen desde la plaza y crucé corriendo hacia la otra acera. En ese instante se me heló la sangre… una música empezó a resonar por la calle, me revolví hacía todos lados para ver de dónde salía hasta que me di cuenta de que venía de mi bolsillo. No puede ser, no podía estar pasando; rápidamente saqué el móvil del bolsillo y le di a la primera tecla que pude para que dejase de sonar. Estaba petrificada en medio de la calle, hasta que unos jadeos me hicieron volver en mí. Uno de ellos había bajado de la plaza advertido por la música, ¡JODER! ¡Tenía que correr! Me lancé a la otra acera y lo primero que vi fue un portal con la puerta rota, entré de un salto rascándome los brazos con los cristales rotos, eché la mirada atrás con rapidez y vi que el maldito muerto viviente, o lo que fuese, me seguía. Subí escaleras de tres en tres, ayudándome con las manos, sujetándome a las paredes. Empecé a buscar una puerta abierta a toda velocidad, pero no hubo suerte… el ascensor. No, no, no, otra vez no… escuché ruidos abajo, el cabrón debía estar entrando por la puerta, con suerte la mitad de su cuerpo putrefacto se quedaría enganchado en los cristales.
Vuelta a empezar. No podía creérmelo, otra vez en un puto ascensor, pero la situación había empeorado, y este era mucho más pequeño. En ese momento de quietud empecé a escuchar un murmullo, hasta ese momento no me había dado cuenta. ¡El móvil!
― ¡¿Sí?! ¡¿Quién es?! ―dije con un nudo en la garganta.
― ¡Joder Nadia! Llevo cinco minutos gritándote, escuchaba mucho ruido, no quería colgar, quería escuchar lo que estaba pasando, tenía que saber que estabas bien, sería horrible si tú ta…― la voz de mi hermano sonaba asustada, hablaba precipitadamente.
― ¡Oh, Dios! Gracias… ¡Dime que estás bien! ¿Dónde estás?―le corté.
―Nadia escucha, no vengas por casa. Ni se te ocurra venir por ca…
― ¿Qué pasó? Gabi, no me jodas… ¿¡qué coño pasa!?―estaba empezando a ponerme muy nerviosa, ¡BLUM!
Un golpe metálico me hizo pegar un grito. El móvil cayó al suelo y se separaron todas las piezas. Mierda, mierda… cogí todas las partes y me las guardé en el bolsillo. El maldito muerto estaba aporreando la puerta del ascensor, sabía que estaba dentro. Empecé a darle vueltas a la cabeza pensando cual sería la mejor opción, dentro de lo que cabe solo era uno y no me podía quedar en ese ascensor ni de coña. Cogí el palo de golf de la mochila, lo agarré con fuerza y esperé al siguiente golpe. En el momento en el que aporreó la puerta con su cuerpo, la abrí de una patada y el zombi cayó al suelo. Me ensañé con él, abriéndole la cabeza a golpes. No paré hasta estar totalmente segura de que no se movía, pero al acabar estaba exhausta, me pesaban los brazos. Estaba cubierta de trozos de carne podrida y sangre, el hedor empezó a entrarme por la nariz hasta que no pude aguantar más y eché lo poco que tenía en el estómago. Subí al segundo piso buscando alguna casa en la que entrar, sería conveniente encontrar algo de comer, lo peor que podía hacer era debilitarme, necesitaba todas las fuerzas para defenderme estando yo sola.




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