martes, 31 de diciembre de 2013

4. BUENOS DÍAS

Los primeros rayos de luz entraban por la ventana y cuando uno de ellos me dio en los ojos me desperté sobresaltada. Me costó unos segundos recordar donde estaba, quizá mi subconsciente tampoco quería que lo hiciese, ya que el sueño había sido bastante reparador;  recordé también a Denis, que se debía haber ido a descansar a otra parte cuando me quedé dormida. Intenté levantarme, pero tenía un brazo adormecido; así que utilicé la otra mano para masajearlo, pero un leve tintineo me sorprendió. Me toqué todo el brazo hasta llegar al cabecero de la cama, al que estaba sujeto por unas esposas. Un nudo en la garganta no me deja tragar, empiezo a respirar entrecortadamente y un sudor frío empieza a recorrerme el cuerpo.
― ¿Denis? ―dije intentando sonar lo más tranquila posible. ― ¡Denis!
―Ahora voy― contestó desde otra habitación.
¿Qué coño estaba pasando? ¿Qué significaba esto? ¡Mierda!, no debí haber confiado en él, estaba claro, ¿cómo se me ocurre pasar la noche en la casa de un completo extraño? Traté de zafarme de las esposas, pero solo conseguía hacerme daño en la muñeca. Empecé a ponerme muy nerviosa, no me gustaba nada esta situación, no veía ninguna salida posible, a no ser que todo fuese una broma muy pesada.
―Buenos días Nadia― dijo entrando en la habitación. Llevaba puestos unos guantes de látex y con una jeringuilla extraía líquido de un pequeño bote.
―Qué… ¡¿Qué estás haciendo?! ― probé a soltarme desesperadamente de las esposas, pero era imposible.
―Tranquila, no te preocupes por esto, es solo… solo tengo que probar una cosa.
―¡¡No!! ¡Denis, no! ¿Qué haces? ¿Qué estás haciendo? ― grité horrorizada. Un miedo espantoso me invadía, iba a morir; moriría atrapada en una habitación con todo el caos que reinaba en la ciudad; moriría dejando a mi hermano abandonado a su suerte, moriría traicionada…
―Shhh, tranquila, solo será un momento― dijo mientras me sujetaba el brazo. Clavó la jeringuilla y el líquido penetró lentamente en mi cuerpo abrasándome todo a su paso.
―Pero, ¿por qué? ― dije apenas sin fuerzas, no había nada que hacer, no podía luchar. Denis me miraba tristemente, pero no dijo nada. Cogió otro bote y se dispuso a inyectarme otra dosis, la cabeza empezaba a darme vueltas.

[Seis horas más tarde]

Estaba intranquilo; por una parte se sentía culpable, pero tuvo que hacerlo, no había otra forma de comprobarlo. Se encontraba en la habitación, sentado en una silla al lado de la cama. Nadia no tenía buen aspecto, su brazo estaba amoratado casi negro y las venas estaban hinchadas, parecía que de un momento a otro fuesen a explotar; su cara presentaba un tono grisáceo. No pintaba nada bien y le dolía haber tenido que hacer esto. De repente Nadia se puso a toser, y un halo de esperanza surgió en su interior, pero esa tos no tenía nada de humano, sonaba desgarrada, podrida, muerta. En el momento en que Nadia abrió los ojos, ya no cabía ninguna duda. Denis suspiró y apretó el gatillo. 

jueves, 19 de diciembre de 2013

3. RESPIRO

Estaba en el segundo piso y empecé a golpear puerta por puerta para ver si alguna estaba abierta o comprobar si había alguien. Pero nada. Seguí subiendo las escaleras hacia el tercer piso cuando escuché que una puerta se abría en el segundo. Me quedé totalmente quieta escuchando con total atención. Por lo que sabía, los muertos no tenían pinta de saber abrir puertas―por el momento― así que, o la puerta se abrió sola o había alguien en uno de los pisos. No tuve el valor para decir nada, así que seguí escuchando y sentí como unos pasos se acercaron. Cogí el palo de golf con firmeza y esperé. Pero no se escuchó nada más. Bajé despacio las escaleras hasta llegar al pasillo y caminé sin hacer ruido, mirando a todos lados.
―Te prometo que soy inofensivo― dijo una voz detrás de mí. Rápidamente me di la vuelta y con el palo aún en alto observé a aquel chico. Tendría unos veintiséis o veintisiete años, el pelo rubio alborotado y una sonrisa que consiguió tranquilizarme. Pero aun así no solté el palo.―Te vi antes por la ventana… Podría haberle dispara… Hubiese atraído a todos los demás, pensé que sería mejor…―dijo atropelladamente intentando explicarse.
―Muchas gracias―le corté indignada―Ese, ese… ¡podría estar muerta!―dije aún con el palo en alto y me dispuse a bajar las escaleras.
― ¡Espera! No deberías salir ahora, está anocheciendo, yo puedo…― dijo agarrándome un brazo. Me giré rápidamente apuntándole con el palo.
― ¿Tú?, ¿qué?, ¿protegerme?
― Escúchame un momento. Lo siento, siento no haber salido a ayudarte, pero no te iba a dejar morir, créeme, simplemente no quería llamar la atención de las demás criaturas―. Tenía gesto triste, parecía sincero, pero no entendía por qué no había salido antes. ―Si no quisiese ayudarte, no hubiese abierto la puerta, podía haber fingido que no había nadie, pero…
―Vale, vale― dije bajado el palo de golf lentamente― Lo entiendo― La verdad es que sobrevivir sola iba a ser complicado y él tenía un lugar seguro donde pasar la noche. Alargué la mano y él me la estrechó.
Al entrar cerró la puerta a cal y canto, tenía un montón de cerrojos y candados. La puerta estaba reforzada con una placa de hierro, parecía que sabía lo que hacía, pero no podía haber preparado todo esto tan rápido… La casa tenía un aspecto normal, sin contar la cantidad de víveres y botellas que se almacenaban en la cocina. En el salón había dos sofás cubiertos por telas árabes, un par de cuadros de arte egipcia y africana cubrían las paredes y una gran ventana que daba a Gran Vía iluminaba la habitación dándole un aspecto acogedor. Una barra separaba el salón de la zona de la cocina.
―Supongo que tendrás hambre, hay una olla con espaguetis… ¡increíbles!, los he hecho al mediodía. Puedes calentarlos si quieres… el baño está en el pasillo a la derecha por si te quieres duchar, hay toallas y te puedo dejar ropa limpia si quieres.
―Em, muchas gracias. La verdad es que me muero de hambre, pero… ni siquiera me has dicho tu nombre. Yo soy Nadia.
―Denis. Y tú, ¿de dónde vienes?
Le conté mi historia desde el centro comercial, hasta las horribles imágenes que vi en la Plaza de España, terminando por el zombi que me había seguido hasta allí. Él no habló mucho de su historia, simplemente dijo que había perdido a alguien y que desde entonces había decidido hacer de su casa su refugio. Salía a por víveres de vez en cuando y se cargaba a todos los que podía por el camino. Mientras degustaba aquellos espaguetis que me parecieron el manjar más exquisito, seguimos hablando. Comentamos la situación y, según lo que me decía, la televisión hacía días que no emitía nada por lo que no se sabía realmente lo que estaba pasando.
― ¡¿Días?!―dije sorprendida.
―Sí, hará unos tres días que…
― ¿Tres? No me lo puedo creer… he pasado tres días enteros inconsciente en un ascensor… con razón mi… ¡Mi hermano! ¡Tengo que encontrarlo!― dije levantándome de un salto.
―Nadia, Nadia, tranquila… mañana buscaremos a tu hermano, se está haciendo de noche, no deberíamos salir ahora.
― ¡Pero, no puedo dejarlo…!
―No lo dejaremos, mañana lo buscamos, te lo prometo. Podrá arreglárselas… se las ha arreglado durante tres días mientras tú… dormías― dijo con tono burlón para quitarle peso al asunto. Sonreí, dando gracias por haberlo encontrado en mi camino.
Me di un baño caliente que me hizo desconectar de la realidad. Con el estómago lleno y recién duchada todo se veía desde otra perspectiva, me veía capaz de encontrar a mi hermano y de poner un poco de orden en medio de todo este caos. Y el hecho de que un chico encantador me estuviese colocando en la mesa una taza caliente con unas galletas, me hacía salir por unos instantes de aquella jodida pesadilla. Me escuchó llegar y miró hacia mí.
―Te he preparado una infusión, quizá te apetezca, para dormir mejor…
―Mucha gracias… gracias por todo.
―Que va mujer, en todo caso gracias a ti… estos días sólo han sido... contigo aquí todo será más fácil― dijo con una sonrisa triste― todo va a salir bien―.Ojalá tuviese razón. Pero no quería pensar en ello ahora, necesitaba relajarme y descansar.
―Mmm, si no te importa creo que voy a optar por esta infusión― dije cogiendo un pack de latas de cerveza.
― ¡Me gusta tu estilo!
Hablamos durante horas animados por el alcohol. Denis me habló de sus viajes, era dibujante y su inseparable libreta ilustraba todos esos lugares donde había estado, sus experiencias, sensaciones... Los cuadros del salón eran suyos. Me parecía conocerlo de toda la vida.
Un roce en la mejilla me despertó.
―Descansa bonita― susurró desde la puerta. No sé cuánto tiempo llevaba dormida, pero Denis me había traído desde el salón y me había metido en una cama. Su beso de buenas noches me había despertado.
―No, no… ven, no te vayas ― afuera se escuchaban horribles rugidos y de vez en cuando un grito desgarrador―No me dejes sola.
―Eso ni lo dudes pequeña, somos un equipo ahora ― se sentó en la cama y se recostó a mi lado. Sentir calor humano cerca de mí conseguía calmarme.

lunes, 9 de diciembre de 2013

2. LOS JINETES DEL APOCALIPSIS

La luz del ascensor seguía encendida, así que todavía había electricidad. Puede ser que el habitáculo se quedase bloqueado entre dos pisos, por culpa de alguna colisión contra la pared, ya que no veía ninguna claridad por la rendija; la verdad es que no tenía ni la menor idea de cómo había acabado en el ascensor, no era capaz de recordarlo, quizás por algún golpe en la cabeza o por el estado de shock, pero eso hacía más difícil pensar en una forma de salir. Opté por lo más sencillo, darle a algún botón para ver si se movía, pero no hubo suerte. Así que después de meditar mis posibilidades fríamente, me puse a saltar, esperando que el golpe contra el suelo no fuese muy fuerte si el ascensor caía; se escuchaban los ruidos de los cables cediendo y los golpes contra la pared no eran muy esperanzadores, sin embargo después de cinco o seis saltos el ascensor hizo su típico sonido de llegar a una planta y comenzó a bajar de forma normal. Genial. Volvió a sonar la musiquita, y el ascensor se paró, debía haber bajado un piso; en ese instante las pulsaciones se me dispararon sin apenas darme cuenta, notaba el corazón bombeando sangre de forma violenta a todas las partes de mi cuerpo, preparadas para reaccionar ante lo que hubiese afuera. Respiré profundamente y exhalé con fuerza.
Las puertas del ascensor se abrieron mostrándome un paisaje que me heló la sangre. Las luces del centro comercial seguían encendidas como si todo marchase correctamente, sólo un par de ellas tintineaban, pero esa aparente calma contrastaba con la ausencia de gente, por lo menos gente viva. Llegaba a contar tres cadáveres desde donde estaba, pero muchas más manchas de sangre salpicaban el suelo y las paredes. Los cuerpos, estaban destrozados, miembros despedazados, cachos de carne esparcidos a su alrededor; su hedor llegaba hasta mí provocándome arcadas casi incontenibles. Delante de mí se encontraba la tienda de deportes y un poco más alejada a la derecha podía ver una de las salidas del centro comercial. Me quedé totalmente en silencio, casi sin respirar en busca de cualquier sonido, por lo mínimo que fuese, pero todo parecía en “calma”. Caminé lentamente y medio agachada, mirando hacia todos lados hasta llegar a la tienda de deportes; me moví con sigilo y rapidez entre los colgadores y stands buscando lo que necesitaba. Encontré una buena mochila que cogí rápidamente y ¡premio! algo que me serviría de arma provisional: palos de golf. Me metí un par de ellos en la mochila junto con alguna ropa de abrigo y salí de la tienda. Decidí alejarme del centro comercial, pues en una situación de peligro podía convertirse en una ratonera, además no tenía ni idea de cómo estaban las otras plantas ni de si aún había… criaturas dentro.
 Al salir a la calle me fui encontrando con algún cuerpo más horriblemente descuartizado. Lo más apropiado sería encontrar un lugar alto desde donde poder observar en qué estado se encontraba la ciudad y así analizar las posibilidades, y sobre todo, intentar pensar con claridad, luego ya decidiría el siguiente paso. No estaba muy lejos del Castro, el lugar más alto dentro de la ciudad, así que empecé a subir la calle lentamente y con los ojos bien abiertos. La atmósfera que se respiraba estaba enrarecida debido a la putrefacción que soltaban aquellas criaturas, olía a muerte. La ciudad debía de estar llena de ellos… pero, ¿dónde se había metido todo el mundo? La quietud que había en la calle solo conseguía ponerme más nerviosa, en todo momento parecía que algo iba a pasar, o que alguien te estaba observando desde algún sitio, era una paz muy desagradable, no me sentía segura. Tenía que pararme de vez en cuando para poder respirar con normalidad, tenía la garganta completamente seca, los latidos del corazón retumbaban por todas las partes de mi cuerpo y la cabeza me daba vueltas. De vez en cuando se oían ladridos de perros, o gritos de gente a lo lejos. En esos momentos se me paraba la respiración, cada músculo de mi cuerpo se detenía deseando no correr la misma suerte.
Seguí caminando, despacio, pegada al muro de la calle y pronto pude divisar la Plaza de España, pero en ese mismo instante me metí debajo de un coche, lo más rápido que pude. El panorama que allí se veía era de película de terror. La gasolinera estaba en llamas, el humo que desprendía era casi negro por lo que la visibilidad en la plaza era escasa; esto le daba un aspecto aún más tétrico a la estatua de los caballos. Unos terribles jinetes se habían apoderado de ellos y los habían cubierto de sangre y vísceras. Parecía que ellos también buscaban un sitio alto desde el cual observar a sus víctimas. Cualquiera que viese la imagen podría afirmar estar viendo a los jinetes del apocalipsis montando a sus corceles.
Cruzar la plaza estaba totalmente descartado, debía coger la calle que pasaba por detrás de la gasolinera para así poder seguir hacia el Castro. Bajé un poco la calle para que no me viesen desde la plaza y crucé corriendo hacia la otra acera. En ese instante se me heló la sangre… una música empezó a resonar por la calle, me revolví hacía todos lados para ver de dónde salía hasta que me di cuenta de que venía de mi bolsillo. No puede ser, no podía estar pasando; rápidamente saqué el móvil del bolsillo y le di a la primera tecla que pude para que dejase de sonar. Estaba petrificada en medio de la calle, hasta que unos jadeos me hicieron volver en mí. Uno de ellos había bajado de la plaza advertido por la música, ¡JODER! ¡Tenía que correr! Me lancé a la otra acera y lo primero que vi fue un portal con la puerta rota, entré de un salto rascándome los brazos con los cristales rotos, eché la mirada atrás con rapidez y vi que el maldito muerto viviente, o lo que fuese, me seguía. Subí escaleras de tres en tres, ayudándome con las manos, sujetándome a las paredes. Empecé a buscar una puerta abierta a toda velocidad, pero no hubo suerte… el ascensor. No, no, no, otra vez no… escuché ruidos abajo, el cabrón debía estar entrando por la puerta, con suerte la mitad de su cuerpo putrefacto se quedaría enganchado en los cristales.
Vuelta a empezar. No podía creérmelo, otra vez en un puto ascensor, pero la situación había empeorado, y este era mucho más pequeño. En ese momento de quietud empecé a escuchar un murmullo, hasta ese momento no me había dado cuenta. ¡El móvil!
― ¡¿Sí?! ¡¿Quién es?! ―dije con un nudo en la garganta.
― ¡Joder Nadia! Llevo cinco minutos gritándote, escuchaba mucho ruido, no quería colgar, quería escuchar lo que estaba pasando, tenía que saber que estabas bien, sería horrible si tú ta…― la voz de mi hermano sonaba asustada, hablaba precipitadamente.
― ¡Oh, Dios! Gracias… ¡Dime que estás bien! ¿Dónde estás?―le corté.
―Nadia escucha, no vengas por casa. Ni se te ocurra venir por ca…
― ¿Qué pasó? Gabi, no me jodas… ¿¡qué coño pasa!?―estaba empezando a ponerme muy nerviosa, ¡BLUM!
Un golpe metálico me hizo pegar un grito. El móvil cayó al suelo y se separaron todas las piezas. Mierda, mierda… cogí todas las partes y me las guardé en el bolsillo. El maldito muerto estaba aporreando la puerta del ascensor, sabía que estaba dentro. Empecé a darle vueltas a la cabeza pensando cual sería la mejor opción, dentro de lo que cabe solo era uno y no me podía quedar en ese ascensor ni de coña. Cogí el palo de golf de la mochila, lo agarré con fuerza y esperé al siguiente golpe. En el momento en el que aporreó la puerta con su cuerpo, la abrí de una patada y el zombi cayó al suelo. Me ensañé con él, abriéndole la cabeza a golpes. No paré hasta estar totalmente segura de que no se movía, pero al acabar estaba exhausta, me pesaban los brazos. Estaba cubierta de trozos de carne podrida y sangre, el hedor empezó a entrarme por la nariz hasta que no pude aguantar más y eché lo poco que tenía en el estómago. Subí al segundo piso buscando alguna casa en la que entrar, sería conveniente encontrar algo de comer, lo peor que podía hacer era debilitarme, necesitaba todas las fuerzas para defenderme estando yo sola.




martes, 3 de diciembre de 2013

LEYENDA URBANA

Era una de esas noches en las que el calor se te pega a la piel, pero ellos estaban encantados; el verano acababa de empezar y el hecho de estar en una terraza tomándose una cerveza muy fría y con la perspectiva de una gran noche de fiesta, no tenía precio. 
La verdad es que formaban un cuadro bastante peculiar, ya que cada uno de ellos tenía una forma de ser muy característica. Pero a los tres les gustaban los videojuegos, los cómics, los libros de fantasía y la ciencia-ficción; no eran los típicos «freaks», pero les gustaba fantasear con la idea de tener que sobrevivir en medio de un mundo sumido en el caos y el apocalipsis. Por eso cuando Pedro les contó la noticia, no faltaron los comentarios.
―Por cierto, ¿escuchasteis lo del caníbal de Miami?
―¿Qué caníbal?―dijo interesado David.
―Pues al parecer, encontraron a un tío comiéndole la cara a otro. La policía tuvo que abatirlo ya que no hacía caso a las órdenes y seguía devorándolo. No se sabe muy bien lo que pudo pasar, pero…
― ¡Joder! ¡Apocalipsis zombi!― cortó Juan emocionadoYa podemos empezar a armarnos, a mí no me pillan desprevenido, ¿sabéis dónde está la armería, no? Yo me pillaría una Thunder 380, es semiautomática, calibre de…
―Dicen que estaba bajo los efectos de una supuesta droga: “sales de baño” la llaman. Pero tío, ¿quién se cree eso? A saber... yo también creo que está llegando el Apocalipsis zombi e intentan disfrazarlo―añadió Pedro entre risas.
La conversación y las teorías conspiranoicas se alargaron entre botellines de cerveza y cubatas vacíos, provocando que las explicaciones cada vez se volviesen más extravagantes. Entre risas y mareas de alcohol los tres amigos siguieron la noche, delirando de local en local y perdiendo la noción del tiempo. Las imágenes se sucedían en sus cabezas sin nitidez ni orden, como fotografías borrosas, entre un frenesí de música y multitudes. Hablaban sin saber con quién, bebían sin saber lo qué y caminaban sin rumbo, esperando que su instinto los mantuviese en pie.
Un dolor intenso, como un clavo, atravesó su cabeza de repente. Su cerebro flotaba en un cóctel explosivo que no le dejaba pensar con claridad.
¿Dónde estoy? ¿Qué coño pasó anoche?
David intentaba abrir los ojos, pero solo conseguía apretarlos más, la resaca iba a ser monumental. Poco a poco la claridad le permitió reconocer su habitación. «Bueno, tampoco he terminado tan mal», pensó. Tuvo que rectificar al paladear un asqueroso sabor a vómito y sangre. En ese instante escuchó un ruido a su lado. Juan estaba durmiendo en su cama.
―Me cago en la puta…―gruñó David―No sé qué pasó al final de la noche, pero necesito agua purificadora que me haga revivir−Juan se rio, pero sentía algo parecido.
El día anterior habían acordado pasar la tarde en unas pozas que se encontraban cerca de Baiona. Así que intentaron localizar a Pedro para ponerse en marcha. Ninguno de los dos recordaba en que momento lo habían perdido de vista.
−Nada, el cabrón no contesta, pruebo en 10 minutos−dijo Juan, colgando el teléfono.
Mientras tanto David se levantó y empezó a rebuscar en los armarios de la cocina algo que sirviese para prepararse una comida que llevar a las pozas, con esa resaca más les valía estar bien provistos. Después de una hora ya habían preparado unos contundentes bocadillos de filete de ternera, queso, tomate y mahonesa, se habían duchado y estaban casi listos; sólo faltaba localizar a Pedro. En ese momento sonó el teléfono de Juan.
− ¡A buenas horas! ¿Pero dónde estás? Menudo cabrón, espera ahí que te vamos a recoger. Que está en Urzaiz, en casa de una tía−añadió entre risas.
Cogieron el coche y fueron a buscar a Pedro, que bajó del portal con una sonrisa de oreja a oreja y un chupón enorme en el cuello.
―Tío, eso tiene un aspecto asqueroso―comentó David con exagerada repulsión.
―Lo que tienes es envidia―dijo Pedro entre risas.
―Pero, ¿en qué momento te piraste con una tía?−añadió Juan ansioso.
―Ni idea tío, solo recuerdo que fue una loba, estaba puesta hasta las cejas.
Mientras se dirigían hacia Baiona, comentaron la noche e intentaron rellenar las lagunas de memoria que tenían, lo cual fue bastante difícil. Era la primera vez que iban a esas pozas, pero consiguieron llegar hasta el pueblo sin mucha dificultad. El problema fue cuando tuvieron que adentrarse en el bosque y meter el coche por pistas de tierra y piedras; el 206 no era precisamente un cuatro por cuatro. Había momentos en los que las ruedas se acercaban peligrosamente al precipicio, y los tres amigos no estaban muy convencidos de encontrar el lugar, pero al cabo de una hora de vueltas, llegaron al ansiado paraíso. 
Se trataba de una poza de agua cristalina rodeada de rocas; tenía un ancho suficiente para poder nadar unos largos y profundidad para saltar desde los peñascos más altos. Si observabas el fondo podías diferenciar algún pez recreándose entre las plantas acuáticas que allí crecían. Una cascada le proporcionaba agua desde una poza superior, y este sistema parecía continuar así hasta lo alto de la montaña.
Tras devorar los bocatas y divertirse un rato saltando desde todos los lugares posibles, cada uno sobrellevó la resaca a su manera. Pedro se quedó tomando el sol mientras que los otros dos amigos se fueron a investigar el resto de pozas montaña arriba. Tras un par de horas David y Juan regresaron al campamento base, mientras que Pedro seguía tumbado en el mismo sitio; aunque ahora ya no le daba el sol, eran las nueve y media de la tarde y había empezado a anochecer.
―Tío, despierta, llevas ahí toda la tarde tirado, tenemos que levantar el campamento que empieza a refrescar―dijo David mientras se acercaba a él, a lo que Pedro no contestó.― ¡Pedro! venga tío.
Se acercó más a él para darle un empujón, mientras ya preparaba el siguiente reproche, pero se quedó sin aire para pronunciar ninguna palabra. Juan también se acercó a él rápidamente, pero los dos retrocedieron un poco ante la tétrica escena. Pedro tenía la cara de un color morado enfermizo y respiraba con dificultad, haciendo un ruido desgarrado con la garganta, el pecho bajaba y subía con mucho esfuerzo. El chupón del cuello tenía un color más intenso, casi negro, y en él las venas empezaban a tener relieve. Intentaron moverlo y reanimarlo, pero nada daba resultado, Pedro no reaccionaba. Los nervios empezaron a apoderarse de ellos, se movían vacilantes, hablando atropelladamente; los móviles no tenían cobertura y el coche estaba bastante lejos, así que tendrían que llevarlo entre los dos. Lo cogieron por los brazos y las piernas y empezaron a caminar.
Tardaron media hora en llegar al coche, estaban desesperados, Pedro seguía sin moverse y notaban que le costaba mucho respirar; el extraño color de su piel no hacía más que empeorar y extenderse por todo el cuerpo. Lo acostaron en la parte de atrás del coche y arrancaron con la esperanza de llegar a un hospital antes de que no fuese demasiado tarde.
[…]

No sé cuánto tiempo llevo aquí… supongo que horas, aunque podrían haber pasado un par de días sin que me percatase, en este cubículo la noción del tiempo desaparece, se diluye, la claustrofobia empieza a hacer efecto y la ansiedad se apodera de cualquiera. La boca me sabe a sangre, acerco la mano y me encuentro con un corte en el labio, quizá por algún golpe; una ráfaga de imágenes de todo lo ocurrido recorre mi mente y algo se estremece en mi interior. Rápidamente reviso mi cuerpo, mi piel está  intacta… deduzco que esto es importante, si ocurre lo que creo que está ocurriendo, eso es primordial para sobrevivir. Los recuerdos que tengo se amontonan, como un torbellino de gritos, empujones y confusión… sé que cuando todo empezó estaba en el centro comercial Gran Vía y por eso acabé en este ascensor. Supongo que es una suerte que me quedase aquí encerrada, no tengo ni idea de lo que está pasando ahí fuera. Observo detenidamente el ascensor en el que me encuentro, es amplio, con un gran espejo, y se me vienen a la cabeza las típicas películas de acción en las que se escapan por el techo, no tiene pinta de ser algo fácil, así que tendré que barajar mis posibilidades. Me pesa la cabeza y me cuesta razonar, todo esto está empezando a parecer una maldita pesadilla, no tiene sentido que sea la vida real, estamos en Vigo, aquí no ocurren estas cosas… pero de repente, lo recuerdo, hace un mes, aquel primer indicio de que algo no iba bien, de que algo… no le di importancia, no parecía real… aquella historia, el típico rumor que se extiende como lo pólvora en una ciudad como esta. Un día de fiesta como otro cualquiera la escuché, la típica historia que no te crees «sí, fue en la carretera de Baiona, viniendo para Vigo», «no se sabe que pasó y se descarta que fuese un animal por el tipo de mordedura», «que encontraron un Peugeot 206 con dos chicos despedazados», «el interior del coche era una carnicería, la tapicería estaba teñida de rojo, una locura vaya». En ese momento es cuando empieza la leyenda, hasta que un día se presenta en medio de tu vida y se convierte en realidad.