Era una de esas noches en las que el calor se te pega
a la piel, pero ellos estaban encantados; el verano acababa de empezar y el
hecho de estar en una terraza tomándose una cerveza muy fría y con la perspectiva
de una gran noche de fiesta, no tenía precio.
La verdad es que formaban un
cuadro bastante peculiar, ya que cada uno de ellos tenía una forma de ser muy
característica. Pero a los tres les gustaban los videojuegos, los cómics, los libros
de fantasía y la ciencia-ficción; no eran los típicos «freaks», pero les gustaba
fantasear con la idea de tener que sobrevivir en medio de un mundo sumido en el
caos y el apocalipsis. Por eso cuando Pedro les contó la noticia, no
faltaron los comentarios.
―Por cierto, ¿escuchasteis lo del caníbal de Miami?
―¿Qué caníbal?―dijo interesado David.
―Pues al parecer, encontraron a un tío comiéndole la
cara a otro. La policía tuvo que abatirlo ya que no hacía caso a las órdenes y
seguía devorándolo. No se sabe muy bien lo que pudo pasar, pero…
― ¡Joder! ¡Apocalipsis zombi!― cortó Juan
emocionado―Ya podemos empezar a
armarnos, a mí no me pillan desprevenido, ¿sabéis dónde está la armería, no? Yo
me pillaría una Thunder 380, es semiautomática, calibre de…
―Dicen que estaba bajo los efectos de una supuesta droga:
“sales de baño” la llaman. Pero tío, ¿quién se cree eso? A saber... yo también creo
que está llegando el Apocalipsis zombi e intentan disfrazarlo―añadió Pedro
entre risas.
La conversación y las teorías conspiranoicas se alargaron entre botellines de cerveza y cubatas vacíos, provocando que las
explicaciones cada vez se volviesen más extravagantes. Entre risas y mareas de alcohol los tres amigos
siguieron la noche, delirando de local en local y perdiendo la noción del
tiempo. Las imágenes se sucedían en sus cabezas sin nitidez ni orden, como fotografías borrosas, entre un
frenesí de música y multitudes. Hablaban sin saber con
quién, bebían sin saber lo qué y caminaban sin rumbo, esperando que su instinto
los mantuviese en pie.
Un dolor
intenso, como un clavo, atravesó su cabeza de repente. Su cerebro flotaba en un cóctel
explosivo que no le dejaba pensar con claridad.
¿Dónde estoy? ¿Qué coño pasó anoche?
David intentaba abrir los ojos, pero solo conseguía
apretarlos más, la resaca iba a ser monumental. Poco a poco la claridad le
permitió reconocer su habitación. «Bueno, tampoco he terminado tan mal», pensó. Tuvo que rectificar al paladear un asqueroso sabor a vómito y sangre. En ese
instante escuchó un ruido a su lado. Juan estaba durmiendo
en su cama.
―Me cago en la puta…―gruñó David―No sé qué pasó al
final de la noche, pero necesito agua purificadora que me haga revivir−Juan
se rio, pero sentía algo parecido.
El día anterior habían acordado pasar la tarde en unas pozas que se encontraban cerca de
Baiona. Así que intentaron localizar a Pedro para
ponerse en marcha. Ninguno de los dos recordaba en que momento lo
habían perdido de vista.
−Nada, el cabrón no contesta, pruebo en 10
minutos−dijo Juan, colgando el teléfono.
Mientras tanto David se levantó y empezó a rebuscar en
los armarios de la cocina algo que sirviese para prepararse una comida que
llevar a las pozas, con esa resaca más les valía estar bien provistos. Después
de una hora ya habían preparado unos contundentes bocadillos de filete de
ternera, queso, tomate y mahonesa, se habían duchado y estaban casi listos;
sólo faltaba localizar a Pedro. En ese momento sonó el teléfono de Juan.
− ¡A buenas horas! ¿Pero dónde estás? Menudo cabrón,
espera ahí que te vamos a recoger. Que está en
Urzaiz, en casa de una tía−añadió entre risas.
Cogieron el coche y fueron a buscar a Pedro, que
bajó del portal con una sonrisa de oreja a oreja y un chupón enorme en el
cuello.
―Tío, eso tiene un aspecto asqueroso―comentó David con exagerada repulsión.
―Lo que tienes es envidia―dijo Pedro entre risas.
―Pero, ¿en qué momento te piraste con una tía?−añadió
Juan ansioso.
―Ni idea tío, solo recuerdo que fue una loba, estaba puesta hasta las cejas.
Mientras se dirigían hacia Baiona, comentaron la noche
e intentaron rellenar las lagunas de memoria que tenían, lo cual fue bastante difícil.
Era la primera vez que iban a esas pozas, pero consiguieron llegar hasta el
pueblo sin mucha dificultad. El problema fue cuando tuvieron que adentrarse en
el bosque y meter el coche por pistas de tierra y piedras; el 206 no era precisamente un cuatro por cuatro. Había momentos en los que las
ruedas se acercaban peligrosamente al precipicio, y los tres amigos no estaban
muy convencidos de encontrar el lugar, pero al cabo de una hora de vueltas, llegaron al ansiado
paraíso.
Se trataba de una poza de agua cristalina rodeada de rocas; tenía un
ancho suficiente para poder nadar unos largos y profundidad para saltar desde
los peñascos más altos. Si observabas el fondo podías diferenciar algún pez
recreándose entre las plantas acuáticas que allí crecían. Una cascada le proporcionaba
agua desde una poza superior, y este sistema parecía continuar así hasta lo
alto de la montaña.
Tras devorar los bocatas y divertirse un rato
saltando desde todos los lugares posibles, cada uno sobrellevó la resaca a su
manera. Pedro se quedó tomando el sol mientras que los otros dos amigos se
fueron a investigar el resto de pozas montaña arriba. Tras un par de
horas David y Juan regresaron al campamento base, mientras que Pedro seguía tumbado en
el mismo sitio; aunque ahora ya no le daba el sol, eran las nueve y
media de la tarde y había empezado a anochecer.
―Tío, despierta, llevas ahí toda la tarde tirado,
tenemos que levantar el campamento que empieza a refrescar―dijo David mientras
se acercaba a él, a lo que Pedro no contestó.― ¡Pedro! venga tío.
Se acercó más a él para darle un empujón, mientras ya
preparaba el siguiente reproche, pero se quedó sin aire para pronunciar ninguna
palabra. Juan también se acercó a él rápidamente, pero los dos retrocedieron un
poco ante la tétrica escena. Pedro tenía la cara de un color morado enfermizo y
respiraba con dificultad, haciendo un ruido desgarrado con la garganta, el
pecho bajaba y subía con mucho esfuerzo. El chupón del cuello tenía un color más
intenso, casi negro, y en él las venas empezaban a tener relieve. Intentaron
moverlo y reanimarlo, pero nada daba resultado, Pedro no reaccionaba. Los
nervios empezaron a apoderarse de ellos, se movían vacilantes, hablando
atropelladamente; los móviles no tenían cobertura y el coche
estaba bastante lejos, así que tendrían que llevarlo entre los dos. Lo cogieron
por los brazos y las piernas y empezaron a caminar.
Tardaron media hora en llegar al coche, estaban
desesperados, Pedro seguía sin moverse y notaban que le costaba mucho respirar;
el extraño color de su piel no hacía más que empeorar y extenderse por todo el
cuerpo. Lo acostaron en la parte de atrás del coche y arrancaron con la
esperanza de llegar a un hospital antes de que no fuese demasiado tarde.
[…]
No sé cuánto tiempo llevo aquí… supongo que
horas, aunque podrían haber pasado un par de días sin que me percatase, en este cubículo la
noción del tiempo desaparece, se diluye, la claustrofobia empieza a hacer
efecto y la ansiedad se apodera de cualquiera. La boca me sabe a sangre, acerco
la mano y me encuentro con un corte en el labio, quizá por algún golpe; una
ráfaga de imágenes de todo lo ocurrido recorre mi mente y algo se estremece en mi interior. Rápidamente reviso mi cuerpo, mi piel está intacta… deduzco que esto es importante, si
ocurre lo que creo que está ocurriendo, eso es primordial para sobrevivir. Los recuerdos que
tengo se amontonan, como un torbellino de gritos, empujones y confusión… sé que
cuando todo empezó estaba en el centro comercial Gran Vía y por eso acabé en
este ascensor. Supongo que es una suerte que me quedase aquí encerrada, no
tengo ni idea de lo que está pasando ahí fuera. Observo detenidamente el
ascensor en el que me encuentro, es amplio, con un gran espejo, y se me vienen
a la cabeza las típicas películas de acción en las que se escapan por el techo,
no tiene pinta de ser algo fácil, así que tendré que barajar mis posibilidades. Me pesa la cabeza y me cuesta razonar, todo esto está empezando a parecer
una maldita pesadilla, no tiene sentido que sea la vida real, estamos en Vigo,
aquí no ocurren estas cosas… pero de repente, lo recuerdo, hace un mes, aquel
primer indicio de que algo no iba bien, de que algo… no le di importancia, no
parecía real… aquella historia, el típico rumor que se extiende como lo pólvora
en una ciudad como esta. Un día de fiesta como otro cualquiera la escuché, la típica
historia que no te crees «sí, fue en la carretera de Baiona, viniendo para Vigo»,
«no se sabe que pasó y se descarta que fuese un animal por el tipo de
mordedura», «que encontraron un Peugeot 206 con dos chicos despedazados», «el
interior del coche era una carnicería, la tapicería estaba teñida de rojo, una
locura vaya». En ese momento es cuando empieza la leyenda, hasta que un día se presenta en
medio de tu vida y se convierte en realidad.