Llevábamos
unos cuarenta minutos caminando y los jadeos de Gabi estaban empezando a
ponerme muy nerviosa. Además, un sentimiento de culpabilidad horrible me
recorría el cuerpo; no era capaz de sacarme de la cabeza el sonido de los disparos
y toda aquella sangre… ¿qué me diferenciaba de esas criaturas? Yo había matado
a gente inocente como si fuese una lunática, había perdido el control sobre mí
misma. Era una sensación muy desagradable, ya que cuando intentaba recordar el
momento de los disparos, lo observaba todo como si fuese una mera espectadora,
como si no fuese dueña de mi cuerpo en ese momento. Lo veía todo tras una fina
y borrosa capa de irrealidad, bueno, a decir verdad, hacía días que toda mi
vida parecía tener ese extraño filtro en el que todo lo que ocurría a mi
alrededor parecía salido de una película mala de serie B.
Intenté
dejar la mente en blanco o simplemente caminar sin pensar en nada, pero era
imposible, así que me dediqué a observar a mis dos acompañantes e intentar
saber en qué estarían pensando ellos. Denis caminaba con la cabeza baja,
inmerso en sus pensamientos, bajo aquel pelo rubio alborotado. No tenía aspecto
de estar convirtiéndose en un zombie −todavía−,
se le veía bastante sano, además sus rasgos dulces disimulaban el cansancio y
las innumerables noches que debía de llevar sin dormir. Seguramente él también
tenía miedo, como todos, pero siempre tenía una sonrisa o una palabra amable.
La verdad es que los últimos días había actuado como una especie de ángel de la
guarda para mí, eso me recordó a uno de mis libros favoritos, uno en el que una
niña se hacía amiga de un extraño muchacho llamado Kai y él la protegería por
el resto de su vida. Por alguna razón, sentía que Denis era mi Kai.
Por
otro lado estaba Gabi. Él caminaba tenso, a veces sus músculos se contraían en
pequeñas convulsiones y el disparo del hombro presentaba una asquerosa mancha de
sangre negra, todavía húmeda. Me costaba mucho mirarlo, ya que poco a poco
podía notar como mi hermano se desvanecía para dar lugar a una de esas criaturas,
que de un momento a otro podría estar caminando a nuestro lado. Sus mejillas
llenas de pecas ya no existían, en su lugar ese tono de piel azulado,
blanquecino, se iba apoderando de todo su cuerpo. Tenía un aspecto enfermizo y
también sonaba a enfermo. Él también era para mí una especie de protector, ya
que era cinco años mayor que yo y siempre había cuidado de mí… Hacía dos años
que nos habíamos ido a vivir juntos y, aunque los dos éramos bastante independientes,
compartíamos mucho tiempo juntos. Estos pensamientos no ayudaron mucho a
mejorar mi estado de ánimo… esto no podía estar pasando… ¿realmente iba a
desaparecer para siempre?, ¿seguro que no había alguna forma de parar esta
locura?, ¿de recuperar a mi hermano?
− ¿Por
qué lo hiciste?− dije, de repente, con un hilo de voz. Gabi me escuchó perfectamente,
pero no contestó. Eso sólo consiguió que mi tristeza se transformase en rabia.− ¿Por
qué te inyectaste esa mierda, Gabi? ¿Podrías explicármelo? ¿Por qué fuiste tan
jodidamente egoísta? ¡¿Me lo vas a decir o esperarás a que tu voz se convierta
en un gruñido para no tener que contármelo?! ¡¿Eh?!
Gabi se
paró en seco mirando al suelo. Las palabras me habían salido solas. Pero en el
mismo momento en el que estaban saliendo de mi boca ya me estaba arrepintiendo
de pronunciarlas. No debería haber dicho eso.
−No
querí…
−No,
no, tranquila… tienes razón− su voz sonaba muy humana, muy suave. Sonaba dolida
y triste. Le había hecho daño.− La verdad es que cuando lo hice no tenía ni
idea de que algo así pudiese ocurrir, nadie lo pensaba, ¿quién iba a
imaginárselo? Era droga, una nueva droga, sí, pero droga al fin y al cabo.
Droga del mundo real… no una droga… no una droga salida de una puta película de
terror, ¡sabes! ¡No tenía ni puta idea Nadia! ¡Ni puta idea! Además, ¿de qué
coño te sorprendes?, ¿de qué tu hermano, el yonqui de mierda, se haya drogado?
¡Ya ves, qué sorpresa!, ¿no?
− ¡Yo
no he dicho eso!
−Pero
lo piensas, ¿no? ¡Estaba claro que el…
−Ya
vale Gabi… por favor. Yo siempre he estado a tu lado. ¿No puedes entender que
tenga miedo? Que no quiero quedarme sola… ¿No hay alguna forma… algo para
pararlo?
−Lo
mejor va a ser que te hagas a la idea. No me queda mucho tiempo pequeña…
Esa
frase me sentó como un jarro de agua fría, pero no pude contestar. Nos quedamos
en silencio, ya que desde el fondo del túnel se escuchaban unos pasos que se
acercaban a nosotros.
−Cincuenta
metros más adelante está la otra puerta Gabi, ve con ella, yo espero−dijo Denis
sacándose la pistola de debajo de la camiseta. Debía de habérmela cogido
después de que me desmayase.−Os alcanzo ahora.
Gabi me
miró muy serio y salimos corriendo hacia la puerta del final del túnel. Unas
escalerillas subían hasta una trampilla. Eché una última mirada a donde se
encontraba Denis y subí las escaleras. Al salir todo estaba bastante oscuro. Gabi
me dijo dónde nos encontrábamos. Tenía sentido ¿Dónde sino iba a terminar un
túnel así?