Era
incapaz de sentirme tranquila allí abajo, pero tras un momento de observación a
distancia, me decidí a caminar entre las camillas. Mientras tanto, Denis
conversaba con el médico que se encontraba de voluntario ese día. Hacía días
que Denis no pasaba por allí, por lo tanto quería saber cómo habían ido las cosas.
La situación
no era muy esperanzadora. Los individuos se repartían entre las camillas, para
los más graves, y el suelo, donde algunos también parecían luchar por su vida.
Otros, que no parecían tan afectados en un principio, se chutaban por las
esquinas, por lo que tras unos minutos, esa imagen saludable acababa desmoronándose
también.
Al
pasar por una de las camas me quedé mirando fijamente hacia el individuo que se
encontraba atado encima; no había mucha luz, pero se podía percibir que el
color de su piel no era el de una persona sana, ya que mostraba zonas
amarillentas y zonas amoratadas casi negras, sobre todo alrededor de los ojos,
en los labios, el cuello y en algunas zonas de los brazos, por lo que la ropa
dejaba trasver. La sangre parecía haber oscurecido, así que se podía
observar claramente su recorrido a través de las venas y arterias; esto creaba
un mapa de trayectorias que le daba un aspecto mucho más tétrico al cuerpo,
como si se hubiese vestido con una inmensa red de telas de araña. Además, los
sonidos que emitía no ayudaban mucho a mejorar su aspecto; esos jadeos rasgados,
más animales que humanos, acompañados de
salpicones de baba, te hacían retroceder. Sin embargo, me acerqué un poco más. Los
ojos, abiertos de par en par, parecían nublados, costaba trabajo distinguir los
colores, ya que habían adquirido un tono blanquecino, azulado. Me encontraba a
unos centímetros de su cara, ensimismada en esa neblina ocular, justo cuando
una convulsión lo sacudió. Con el sobresalto tropecé hacia atrás y caí encima
del que estaba en la camilla de al lado; éste se puso a moverse y a forcejear intentando
agarrarme. Me revolví, alterada, y tras varios traspiés acabé de bruces en el
suelo. Tan pronto caí, me levanté lo más rápido que pude, con el corazón
latiendo desenfrenadamente, la respiración entrecortada, y mi mano fue a parar,
sin darme cuenta, a la pistola bajo mi camiseta.
− ¡Nadia!−
gritó Denis acercándose desde el principio del túnel− ¿Qué ha pasado?
−Nada…
nada− Instintivamente retrocedí también ante Denis. Quizá fuese la iluminación
del lugar, o la conmoción del momento, pero incluso Denis parecía tener un tono
azulado en su mirada.
− Nadia...
–Denis estaba parado, con gesto triste, tendiéndome una mano− Tranquilízate,
¿vale? Soy yo, no pasa nada.
Me
sentía muy desubicada, como si no estuviese en un lugar real. Me pesaba la
cabeza y me costaba respirar; miraba a todos lados con nerviosismo y parecía
que todos me estuviesen observando como si fuese un cacho de carne. Era una
sensación de irrealidad muy extraña. Denis me hablaba despacio, pero ya no
escuchaba nada; las sombras me estaban jugando malas pasadas y era incapaz de
tranquilizarme. Sin darme cuenta estaba retrocediendo lentamente a pasos cortos,
con la mano aún agarrada a la pistola. Todo estaba empezando a parecerme una trampa,
un callejón sin salida. De repente, sentí una mano alrededor de mi tobillo. Y
disparé. Todo se descontroló. El estruendoso ruido del disparo rompió con la
tranquilidad y se desató el caos. Entre un barullo de gritos, rugidos,
movimiento y manos ansiosas que intentaban apresarme, mi dedo apretó el
gatillo, cuatro, cinco… quizá seis o siete veces más.
Después
llegó el silencio. Un silencio roto simplemente por un pitido agudo en
los oídos. Solo existía ese zumbido. Poco a poco, intenté abrir los ojos y de forma borrosa empecé a vislumbrar el macabro escenario.
A mis pies se esparcían los sesos de algunos cadáveres; varias camillas se encontraban
salpicadas en sangre y sus huéspedes, ahora inertes, contrastaban con algunos
de los que aún estaban vivos, que no paraban de moverse y agitarse. Giré
lentamente y un par de personas que
seguían en el suelo rehuyeron mi mirada y se escondieron tras las camas. Cerca
de ellos había dos o tres cadáveres más. Hasta ese momento no fui consciente de
que aún estaba sujetando con fuerza la pistola, hasta el punto de hacerme daño; me miré la mano y la dejé caer. Muy despacio, me acerqué a uno de los cadáveres, pero no fui capaz de ver ningún
monstruo en él. No veía más que un ser humano con la cabeza reventada…
Algo me
estaba bloqueando la garganta, me agarré el cuello, me tapé la cara; una angustia y una desesperación horrible empezaban
a invadir mi cuerpo que se encorbaba en pequeños temblores; notaba como una espesura oscura, negra, se estaba
apoderando de mí y me arrastraba a las tinieblas. Comencé a toser de forma
nerviosa, una tos que acabó convirtiéndose en llanto desesperado. Y casi sin
darme cuenta, dejé que la oscuridad me llevase y me desplomé.