lunes, 17 de marzo de 2014

11. ENTRE SOMBRAS

Era incapaz de sentirme tranquila allí abajo, pero tras un momento de observación a distancia, me decidí a caminar entre las camillas. Mientras tanto, Denis conversaba con el médico que se encontraba de voluntario ese día. Hacía días que Denis no pasaba por allí, por lo tanto quería saber cómo habían ido las cosas.
La situación no era muy esperanzadora. Los individuos se repartían entre las camillas, para los más graves, y el suelo, donde algunos también parecían luchar por su vida. Otros, que no parecían tan afectados en un principio, se chutaban por las esquinas, por lo que tras unos minutos, esa imagen saludable acababa desmoronándose también.  
Al pasar por una de las camas me quedé mirando fijamente hacia el individuo que se encontraba atado encima; no había mucha luz, pero se podía percibir que el color de su piel no era el de una persona sana, ya que mostraba zonas amarillentas y zonas amoratadas casi negras, sobre todo alrededor de los ojos, en los labios, el cuello y en algunas zonas de los brazos, por lo que la ropa dejaba trasver. La sangre parecía haber oscurecido, así que se podía observar claramente su recorrido a través de las venas y arterias; esto creaba un mapa de trayectorias que le daba un aspecto mucho más tétrico al cuerpo, como si se hubiese vestido con una inmensa red de telas de araña. Además, los sonidos que emitía no ayudaban mucho a mejorar su aspecto; esos jadeos rasgados, más animales que humanos,  acompañados de salpicones de baba, te hacían retroceder. Sin embargo, me acerqué un poco más. Los ojos, abiertos de par en par, parecían nublados, costaba trabajo distinguir los colores, ya que habían adquirido un tono blanquecino, azulado. Me encontraba a unos centímetros de su cara, ensimismada en esa neblina ocular, justo cuando una convulsión lo sacudió. Con el sobresalto tropecé hacia atrás y caí encima del que estaba en la camilla de al lado; éste se puso a moverse y a forcejear intentando agarrarme. Me revolví, alterada, y tras varios traspiés acabé de bruces en el suelo. Tan pronto caí, me levanté lo más rápido que pude, con el corazón latiendo desenfrenadamente, la respiración entrecortada, y mi mano fue a parar, sin darme cuenta, a la pistola bajo mi camiseta.
− ¡Nadia!− gritó Denis acercándose desde el principio del túnel− ¿Qué ha pasado?
−Nada… nada− Instintivamente retrocedí también ante Denis. Quizá fuese la iluminación del lugar, o la conmoción del momento, pero incluso Denis parecía tener un tono azulado en su mirada.
− Nadia... –Denis estaba parado, con gesto triste, tendiéndome una mano− Tranquilízate, ¿vale? Soy yo, no pasa nada.
Me sentía muy desubicada, como si no estuviese en un lugar real. Me pesaba la cabeza y me costaba respirar; miraba a todos lados con nerviosismo y parecía que todos me estuviesen observando como si fuese un cacho de carne. Era una sensación de irrealidad muy extraña. Denis me hablaba despacio, pero ya no escuchaba nada; las sombras me estaban jugando malas pasadas y era incapaz de tranquilizarme. Sin darme cuenta estaba retrocediendo lentamente a pasos cortos, con la mano aún agarrada a la pistola. Todo estaba empezando a parecerme una trampa, un callejón sin salida. De repente, sentí una mano alrededor de mi tobillo. Y disparé. Todo se descontroló. El estruendoso ruido del disparo rompió con la tranquilidad y se desató el caos. Entre un barullo de gritos, rugidos, movimiento y manos ansiosas que intentaban apresarme, mi dedo apretó el gatillo, cuatro, cinco… quizá seis o siete veces más.
Después llegó el silencio. Un silencio roto simplemente por un pitido agudo en los oídos. Solo existía ese zumbido. Poco a poco, intenté abrir los ojos y de forma borrosa empecé a vislumbrar el macabro escenario. A mis pies se esparcían los sesos de algunos cadáveres; varias camillas se encontraban salpicadas en sangre y sus huéspedes, ahora inertes, contrastaban con algunos de los que aún estaban vivos, que no paraban de moverse y agitarse. Giré lentamente y un par de personas que seguían en el suelo rehuyeron mi mirada y se escondieron tras las camas. Cerca de ellos había dos o tres cadáveres más. Hasta ese momento no fui consciente de que aún estaba sujetando con fuerza la pistola, hasta el punto de hacerme daño; me miré la mano y la dejé caer. Muy despacio, me acerqué a uno de los cadáveres, pero no fui capaz de ver ningún monstruo en él. No veía más que un ser humano con la cabeza reventada…
Algo me estaba bloqueando la garganta, me agarré el cuello, me tapé la cara; una angustia y una desesperación horrible empezaban a invadir mi cuerpo que se encorbaba en pequeños temblores; notaba como una espesura oscura, negra, se estaba apoderando de mí y me arrastraba a las tinieblas. Comencé a toser de forma nerviosa, una tos que acabó convirtiéndose en llanto desesperado. Y casi sin darme cuenta, dejé que la oscuridad me llevase y me desplomé.

martes, 4 de marzo de 2014

10. MIRADA AL INTERIOR

−No va a ser fácil llegar a Toralla. La ciudad está infestada, así que tenemos que buscar una ruta segura. Por cierto ¿tienes la pistola?
−Sí−contesté mostrándole el arma bajo la camiseta.
−Bien. Ahora sígueme, debo enseñarte algo.
Salimos del soportal y callejeamos hasta llegar al colegio de las Jesuitinas, en una esquina de Gran Vía con la calle Regueiro. Se trataba de un edificio del siglo XIX al que le habían añadido cuatro plantas posteriormente, por lo que la primera planta y los sótanos seguían reflejando cierto aspecto antiguo. Había tenido varios amigos que habían estudiado ahí, por lo que tuve la ocasión de entrar varias veces y deambular por aquellos históricos pasillos.
−Es aquí−dijo Denis.
− ¿Cómo? ¿En este colegio? Pero, ¿qué hay aquí?
−Ya verás. Tú dame la mano y no tengas miedo, ¿vale?
Subimos las escaleras que daban a la puerta principal y entramos. Todo estaba en penumbra, pero conseguí distinguir la ventanilla de la secretaría a la derecha. La estancia de la entrada no era muy grande y estaba rodeada de varias puertas; seguimos de frente y abrimos la puerta que conducía hacia el pasillo central, largo y estrecho. En un hueco a la derecha unas escalerillas en espiral bajaban hasta los sótanos, donde se encontraba el gimnasio y los vestuarios. En estas estancias solo conseguía entrar la luz por unos ventanucos a ras de suelo. Llegado a este punto, no tenía ni idea de lo qué Denis pretendía enseñarme y estaba empezando a ponerme un poco nerviosa.
−Bueno, ¿qué hay aquí que sea tan importante?−dije, algo impaciente.
−Aún no es aquí, hay que bajar un poco más.
−¿Bajar? Esto son los sótanos, no se puede bajar más… yo entré en este colegio varias veces y no…
−Pues me temo que te vas a llevar una sorpresa. En el siglo XIX, las monjas de este colegio no se dedicaban a educar, sino que utilizaban este centro para tratar a enfermos. En ese siglo hubo varias epidemias, y una de ellas entró exactamente por el puerto de Vigo procedente de la India. En 1833 se declaró la primera epidemia del cólera. Este centro se supone que curaba a los afectados, pero lo cierto es que la enfermedad no tenía un tratamiento específico y por ello los enfermos eran apartados hasta morir, ya que las heces eran altamente contagiosas.
−Y ¿qué tiene esto que ver con lo que me vas a enseñar?−dije  mientras Denis me conducía por los pasillos estrechos de los sótanos, hasta que llegamos a una puertecita minúscula y Denis la empujó.
−Estos pasadizos donde dejaban morir a la gente están volviendo a ser usados−dijo, mientras abría del todo la puerta−vamos, hay que bajar un poco más.
−Pero, pero… ¡Denis! ¿Qué hay ahí abajo?, ¿no estarás diciendo que eso está lleno de… esas cosas?−dije mientras retrocedía asustada.
−Nadia, tranquila…−dijo tendiéndome la mano con voz suave− no son zombis… simplemente es gente contaminada, gente como… gente como yo, que no quieren convertirse en un… que no quieren asesinar a nadie. Han tomado una decisión y prefieren… morir aquí.
Retrocedí un poco más conteniendo el aliento. No estaba segura de querer bajar ahí. No estaba segura de querer ver a esa gente. ¿En qué estado se encontrarían? ¿Y si había alguno que se acababa de convertir? ¿Cómo estaba Denis tan seguro de que no pasaría nada?
−Entiendo que tengas miedo, pero te prometo que no te pasará nada… nunca haría nada que pudiese hacerte daño, Nadia. Sólo quiero que seas consciente de lo que está pasando, que veas cual es la realidad y la gravedad del asunto. Además también hay varios doctores que vienen cada día a echar una mano.
−Vale… entiendo−dije sin estar totalmente convencida. Pero una parte de mí tenía cientos de preguntas que debían ser resueltas y esta quizá fuese una buena oportunidad para ello.−Vamos.
Cogí su mano con fuerza y empecé a bajar tras él.
En completa oscuridad bajamos durante unos minutos eternos unas escalerillas estrechas y desiguales. Hubo varios momentos en los que estuve a punto de resbalar, pero Denis me sujetó con fuerza. A medida que descendíamos empezaba a subir un hedor a humedad y algo parecido al olor que desprendían los zombis. También empezaba a percibirse un leve murmullo de voces y algún que otro jadeo desgarrado nada esperanzador. Notaba una presión en la garganta y en el pecho que no me dejaba tragar ni respirar con normalidad. Empezó a vislumbrarse una claridad al final de las escaleras. Y por fin llegamos al túnel. 
El pasadizo se encontraba lleno de antorchas que daban una luz titilante al lugar. A cada lado del corredor se extendía una hilera de camillas con los afectados encima; cada camilla contaba con sujeciones que mantenían a los “pacientes” agarrados, aunque algunos luchaban por desasirse violentamente entre jadeos y rugidos. El resto del pasillo se encontraba lleno de individuos sentados y tumbados por el suelo. En total debía haber cerca de unas treinta per… unas… unas treinta personas. De repente, no pude evitarlo, me sentí como un ratón en una jaula llena de serpientes.