El perfume
que se percibía en el aire consistía en una mezcla entre el humo de la
gasolinera de Plaza de España, que lo cubría todo, y los restos de cadáveres en
putrefacción, eso hacía que la acción de respirar se volviese pesada y
dificultosa; además, la aparente calma se rompía de vez en cuando con gritos,
jadeos y golpes a lo lejos. Desde donde me encontraba podían verse algunos
contenedores tirados con la basura dispersa por la carretera; había algunos
coches parados, con las puertas abiertas, como si los hubiesen tenido que dejar
de forma apresurada. Quizá podría coger uno, de ese modo llegaría mucho más
rápido a Toralla, el problema sería el hecho de ser el único coche circulando
por la carretera y haciendo ruido, cuestión que llamaría la atención de
cualquier criatura a unos cientos de metros a la redonda. Los seres que se
encontraban subidos a los caballos de la plaza serían los primeros en verme y
oírme salir con el coche, y esa idea no me gustaba nada; ¿qué haría si me veía
rodeada de ellos dentro de un coche? Se convertiría en una ratonera. Quizá
caminar no estuviese mal del todo.
Entre
los que se hallaban encaramados a la estatua y los que merodeaban por el suelo
habría una veintena; se encontraban lo suficientemente alejados como para poder
empezar a bajar Gran Vía, en dirección contraria a ellos, y que no me viesen.
Así que me decidí. Caminé muy pegada a la pared, con el palo de golf en la mano
y la pistola metida en el pantalón, no quería usarla a no ser que me viese en
una situación extrema, ya que el mínimo ruido en esta situación se pagaba caro.
Escudriñaba el panorama a lo lejos en busca de cualquier indicio de movimiento
o peligro, y cada tres o cuatro pasos volvía la vista atrás para asegurarme de
que los Jinetes del Apocalipsis
seguían en su sitio.
Debían
de ser las 9 o 10 de la mañana, ya que el sol empezaba a calentar, aunque las
nubes de humo lo tapaban a ratos y todo se volvía de un color grisáceo. Después
de un rato, llegué a la carretera por donde se entraba al centro comercial Gran
Vía, donde había empezado todo para mí. Continué bajando la calle, pero de
repente algo me detuvo. Un sonido de voces alteradas, como si alguien viniese
corriendo desde el centro comercial. Me apresuré para girar en la siguiente esquina
y ponerme a resguardo; al torcer la calle unas manos me agarraron, me taparon
la boca y me introdujeron en un soportal. Forcejeé un momento y opuse
resistencia, pero algo en el “shhh” que mi captor pronunció en mi oído hizo que
me calmase. Permanecí quieta mientras el ruido se acercaba. Por Gran Vía,
perpendicular a la calle en la que me encontraba ahora, pasaron corriendo
cuatro personas desesperadas. Uno de ellos, un niño de unos diez años, cayó
rendido; en ese momento tuve la intención de salir a ayudarlo, pero mi
apresador me lo impidió. Pensándolo mejor, no tenía ni idea de qué venía tras
ellos y quizá hubiese sido mi sentencia de muerte. Pronto lo comprobé en el
momento en que una manada de zombis se
precipitó sobre el pequeño; el sonido de su último grito ahogado mientras las
criaturas le desgarraban la cara a mordiscos me acompañaría para siempre. Entre
varios consiguieron arrancarle los miembros, peleándose por la presa en un
macabro festín de sangre, retazos de carne y vísceras.
La
imagen me provocó una arcada incontenible que tuve que volver a tragarme, puesto
que aún me estaban tapando la boca. Lo que no tuvo contención posible fueron mis
lágrimas, que cayeron empapando mi rostro y la mano de mi... salvador. ¿Cómo
era posible que estuviese ocurriendo esto? ¿Por qué no llegaba ayuda de ningún
sitio? La ciudad parecía desierta y la gente era asesinada de una manera
horripilante por las calles sin que nadie pudiese hacer nada… ¿Acaso esta
situación se había expandido por más sitios? ¿Estaría todo el mundo sumido en
el caos y por eso a nadie le importaba una ciudad perdida en la última punta de
un país del extremo de Europa?
Cuando
los zombis dejaron lo que quedaba del muchacho y continuaron su camino, las
manos que me sujetaban se relajaron, así que me di la vuelta. Una especie de
alegría inundó mi cuerpo y no pude contenerme. Lo abracé con fuerza durante
unos minutos e inspiré aquel olor característico. Era irónico, ahora me sentía
segura, con la creencia de que todo iba a salir bien, aunque fuese mentira.
−Lo
siento, no podía dejarte sola… espero que me perdones.
−Pero,
¿cómo?, ¿me has estado siguiendo?−la sonrisa de Denis no necesitaba contestación.−Bueno…
estoy… voy a intentar ir a Toralla con mi hermano…
−Lo sé,
te escuché hablar con él. Es una buena idea.
−Pero…
no sé, creo que me voy a arrepentir de esto… me gustaría que vinieses, aunque…
no sé cómo va eso de la transforma… es decir, ¿cuánto tiempo seguirás siendo…
tú?
−Aún
tenemos algo de tiempo, Nadia.
− Vale,
pero ¿Me vas a contar lo qué te ha pasado?, ¿me vas a contar algo, Denis? No
sé, yo he confiado en ti, me gustaría ayudarte, y…−busqué en mi mochila y saqué
una de aquellas bolsitas de substancia azul− ¿qué es esto?
−Te lo
voy a contar todo, pero antes, tienes que ver algo.
"Nadia" Ilustración de nuestra ilustradora oficial: